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imagenarainfo.org. GUILLÉN GONZÁLEZ.- Finlandia ha entrado a formar parte de la OTAN. El pasado 4 de abril este hecho fue consumado con una discreta ceremonia de izado de bandera en la sede de la alianza en Bruselas.

Tan discreto como el acto parece haber sido la repercusión de tal hecho que, de haberse producido en cualquier otro contexto, seguro que habría causado airadas respuestas diplomáticas por parte de Rusia y sonoros golpes de pecho entre Washington y Bruselas. Sin embargo, en medio de la progresiva escalada propiciada por la Guerra de Ucrania, la entrada de Finlandia y Suecia en la OTAN parece nada más que un capítulo más (si acaso secundario) de un guion mucho más amplio.

70 años de neutralidad borrados con un viaje a Washington y a nadie parece sorprenderle. Hasta la propaganda occidental ha parecido desganada ante este hecho, aunque es cierto que hay una lectura que predomina a izquierda y derecha: derrota, desastre o catástrofe política y estratégica para Rusia. Con su invasión a Ucrania habría forzado la balanza y enviado a sus vecinos neutrales de cabeza al corral de su enemigo. Así fue como lo explicó el propio Secretario General de la OTAN Jens Stoltenberg quien vino a decir que si Putin no quería caldo… ahora tiene dos tazas.

Sorprendentemente no hay en Occidente apenas visiones diferentes a la expresada por el mandatario atlántico. Tanto los sectores progresistas como los sectores conservadores (y añadiría, los sectores más fervientemente atlantistas y los menos) comparten diferentes matices del mismo relato. De hecho, la propaganda rusa no parece ofrecer un relato alternativo, fuera de la amenaza que supone la expansión de la OTAN. Que Finlandia se haya unido al club hasta podría reforzar su narrativa.

Lo cierto es que la adhesión de Finlandia a la organización atlántica no supone una verdadera derrota rusa. Tenemos que reflexionar ante el hecho de que la aparentemente inevitable adhesión ucraniana a la OTAN causara la invasión rusa, y que la adhesión efectiva de Finlandia no haya causado más que unas leves declaraciones. O bien Rusia miente con sus objetivos y motivaciones (lo cual equivale a decir que Ucrania no supone un peligro de seguridad para Rusia y la racionalidad de esta guerra es otra); o bien asumimos que el caso de Finlandia y de Ucrania son sustancialmente diferentes.

Finlandia hace mucho que dejó de ser un país neutral. En el 91 ya se hablaba de la "europeización" de Finlandia y en 1995 entró a formar parte de la Unión Europea. Formar parte de la UE no es un elemento precisamente característico de la neutralidad, ya que obliga a los nuevos miembros a adaptarse a la PESC. Esta herramienta nunca ha supuesto una verdadera integración militar europea pero en la práctica ha sido un mecanismo más para la expansión de los criterios y estándares OTAN entre los socios europeos.

En 1994 Finlandia se unió a la Asociación para la Paz (PfP por sus siglas en inglés) promovida por la OTAN. Lo hizo junto con la mayor parte de exrepúblicas soviéticas o socialistas, incluida Rusia, Ucrania y Bielorrusia. La PfP no ha sido más que una herramienta de "captación" a través de la cual la OTAN ha ido avanzando en su influencia militar en Europa. Mientras estaba claro que algunos países no podrían utilizar esa herramienta para entrar en la OTAN o les costaría un proceso muy largo de adaptación, otros encontraron aquí una vía rápida para desarrollar acuerdos bilaterales o multilaterales ajenos a la PfP pero propiciados por esta.

Así, la PfP y sus acuerdos adyacentes sirvieron para colaboraciones militares en materia de formación, armonización operativa y reestructuración organizativa, logística y acceso de material bélico occidental. A la altura de 1994 la OTAN ya tenía una actividad muy alta en todo el este de Europa a fin de lograr la interoperabilidad militar y planificar maniobras y entrenamientos en los que los nuevos socios pudieran participar (como ocurriría un año después en Bosnia). En 1997 se crea el Consejo de Asociación Euroatlántico que pretendía profundizar la cooperación operativa con determinados países, incluyendo los miembros "neutrales" (Austria, Finlandia, Suiza y Suecia).

En general, la OTAN ha sido diligente en el trato que ha dispensado a los diferentes países "candidatos" en función de sus condiciones concretas. Así es como logró su expansión por el Báltico y el este de Europa aislando de manera decisiva a Rusia. En Finlandia el proceso de adaptación política y militar a Occidente y la OTAN ha sido progresivo pero imparable. Hay que comprender que los mecanismos de integración y armonización de la OTAN a través de sus acuerdos y los diferentes partenariados son mecanismos que incrementan la influencia política y económica occidental en aquellos países en los que llegan (algo que en Finlandia se propició por la crisis que siguió a la disolución del campo socialista debido a su dependencia económica de la URSS).

Todos los países que quieren formar parte de la OTAN deben cumplir ciertos estándares que en última instancia subordinan los ejércitos nacionales a la doctrina OTAN, su industria militar (y con ella, dependencia material, logística y económica) y su esquema organizativo. Durante las últimas tres décadas Finlandia ha estado participando progresivamente con una intensidad mayor en las diferentes maniobras y operaciones de entrenamiento organizadas por la OTAN, especialmente en lo relativo al Báltico. Desde 1995 lleva trabajando en acuerdos para lograr la interoperabilidad con la organización atlántica, desde 1997 tiene acuerdos con la OTAN que regulan la presencia militar de esta dentro de sus fronteras y ha participado en la Guerra de Afganistán, la lucha contra el ISIS, participa en la misión de la OTAN en Kosovo. En 2008 se unió al partenariado EOP como haría Ucrania en 2020 (y que aseguran una ventajosa relación con la OTAN). Desde 2012 participa en las NRF, las fuerzas de respuesta rápida de la OTAN que están capacitadas para desplegarse de manera inmediata en las fronteras. Y, por supuesto, la abrumadora mayoría del material militar del ejército finlandés es de origen occidental.

Según alertaron analistas rusos en 2014, a la altura de 2013 Finlandia y Suecia ya cumplían con todos los estándares OTAN a nivel militar para incorporarse a la alianza (y probablemente mucho antes). Entonces solo motivos políticos lo impedían puesto que ya no existían barreras militares, fruto de más de dos décadas de inexistente neutralidad. Con el inicio de la Guerra civil ucraniana en 2014 y la unión de Crimea a Rusia las viejas losas que impedían la unión de Finlandia a la OTAN se fueron moviendo. En 2014 Finlandia firmó un tratado con la OTAN que regulaba la presencia de tropas atlánticas en suelo finés.

En el plano político el curso de la "desfinlandización" de Finlandia ha estado menos oculto que el militar pero ha sido igualmente imparable. A principios de los 90 sus líderes comenzaron a transitar de la neutralidad a la "no alineación", así como un impulso claro en el plano político hacia Occidente. En 1995, la ministra de exteriores finesa, Tarja Kaarina Holonen, dijo en una entrevista que "no debemos formar parte de la OTAN, por ahora, porque creemos que fuera contribuimos mejor a la estabilidad de nuestra región". En 1998 el primer ministro, el socialdemócrata Paavo Lipponen, llamaba a una "estrecha colaboración con la OTAN, sin ser miembro".

La colaboración (sin pertenencia) esgrimida por los políticos fineses, que gozaba de la mayoría del apoyo ciudadano y consenso entre los partidos gobernantes, se tradujo como hemos visto en una progresiva adaptación militar a los estándares OTAN. Este marco se mantuvo más o menos inalterable hasta 2014. Hasta ese momento las fuerzas armadas finlandesas habrían experimentado un proceso progresivo de adaptación a las estructuras atlánticas. Como hemos señalado, desde Rusia consideraron que a la altura de 2013 países como Suecia, Finlandia y Austria ya cumplían todos los requisitos militares para formar parte de la alianza atlántica.

Tras la entrada de Crimea en la Federación Rusa los fineses incrementaron la colaboración con la OTAN y la situación política comenzó a volcarse hacia un apoyo cada vez mayor a formar parte del tratado, aunque no de manera decisiva. Según las encuestas el vuelco del apoyo ciudadano finlandés a entrar a formar parte de la OTAN se dio tras el inicio de la intervención militar rusa en Ucrania. El tiempo récord en el que Finlandia se ha unido a la OTAN es debido a que en décadas previas el país ya había cumplimentado el proceso de adaptación.

Todo esto nos muestra que la membresía oficial en la OTAN, en el caso de Finlandia, ha sido más una cuestión formal que un proceso real. Porque ese proceso lleva ocurriendo con mayor o menor profundidad desde 1991. Por tanto un formalismo de estas características obedece al ámbito de la propaganda y no parece ofrecer una amenaza real para Rusia en la medida en que no introduce ningún cambio sustancial con lo que ya estaba ocurriendo antes. Hay que pensar que la decisión de dar este paso formal raramente haya sido decisión unilateral de Finlandia y que muy probablemente siga una agenda común con EE.UU.

Formar parte de la OTAN (y por tanto, el proceso de expansión de la alianza) no es una cuestión formal puntual sino un proceso progresivo de adaptación. El proceso de "otanización" de Finlandia, junto a la situación general en el Báltico, forma parte del marco general de agresión occidental contra Rusia. Por eso no debe verse la incorporación finesa al tratado como una derrota estratégica rusa sino como uno de los factores desencadenantes previos de la crisis actual. Se trata de la culminación de un proceso que en buena medida ha aportado mucho al acorralamiento estratégico de Rusia.

Esto nos lleva necesariamente a considerar que las lecturas que defienden que la guerra ucraniana ha reforzado la OTAN con elementos como la adhesión de Finlandia son erróneas. De acuerdo a lo visto, la OTAN lleva reforzandose mucho tiempo, sea con mayor o con menor espectáculo publicitario y más allá de las bambalinas y el atrezzo propio de la lucha por el relato político. Estas lecturas son variaciones de la propaganda occidental expresada en las propias palabras del secretario general de la OTAN estableciendo una causa-efecto entre la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la entrada de Finlandia en la OTAN. Este marco erróneo (o como poco muy matizable) pretende ocultar el hecho de que a todas luces Finlandia llegó a 2022 totalmente incorporada a las estructuras de la OTAN y con una influencia decisiva estadounidense en materia de defensa.

Abundando en esto hay que decir que el propio Jens Stoltenberg ha declarado que la decisión de acoger tropas de la OTAN es una decisión que solo pertenece a Finlandia. Algo lógico por un lado pero que, en esencia, no dista tanto al modo en el que este asunto era abordado desde el tratado de 2014.

Dicho lo cual, aunque se trate de la culminación de un proceso previo que se cierra mediante propaganda en el momento más óptimo, se puede aducir que estamos ante una derrota política rusa. Una derrota política no es lo mismo que una derrota estratégica (como sería la expansión efectiva de la OTAN tal y como sucedía en Ucrania). Estamos ante un efecto de la propia propaganda de guerra y la crisis de imagen que sufre Rusia a raíz de su intervención militar en Ucrania. Allí donde la influencia rusa ha sido menor durante las últimas décadas, la propaganda occidental es capaz de arrastrar con más fuerza la opinión pública tal y como ocurre en el caso finlandés.

Cabe señalar que el caso finés es muy distinto al ucraniano y que una comparación entre ambos no es muy legítima. El caso nacional finés quedó sentenciado en 1917 y más aún tras 1945. En Ucrania el proceso histórico ha sido muy distinto, igual que lo ha sido su relación con la OTAN que si bien existió con su adhesión en 1994 a la Asociación para la Paz, en ningún caso ha tenido el mismo nivel de implicación e influencia norteamericana que en Finlandia. Solo a partir de 2014 con el golpe de estado del Maidán y el inicio de la guerra civil comenzó la OTAN a tener una verdadera influencia sobre las estructuras militares ucranianas. Todo ello en una situación política y étnica totalmente diferente a la finlandesa y con la grave amenaza que ha supuesto siempre para Rusia el hecho de que la otanización de Ucrania amenace sus posiciones en Crimea.

De todo ello tenemos la necesidad de extraer algunas enseñanzas acerca del funcionamiento del imperialismo occidental, que utiliza la OTAN no solo como alianza defensiva sino que su utilidad militar sirve para alinear países en otros muchos ámbitos. El ejemplo finlandés, desde la caída de la URSS, nos muestra claramente cómo funciona la alianza para integrar países dentro del bloque imperialista por la vía política, económica, cultural y militar.

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