“Las reformas por sí solas no eliminarán las condiciones estructurales que configuran la prisión”

 Alicia Alonso Merino, autora del libro "Feminismo anticarcelario: el cuerpo como resistencia"Entrevista a Alicia Alonso Merino, autora del libro “Feminismo anticarcelario: el cuerpo como resistencia” (Editorial Zambra-Baladre)

elsaltodiario.com. Diego Ruedas Torres* y Laura Escudero Zabala* .- Alicia Alonso Merino es abogada, experta en sistema penitenciario y activista feminista en derechos humanos. Además de su experiencia en las cárceles como investigadora académica, su trayectoria registra años de activismo y acompañamiento socio-jurídico a personas presas en contextos penitenciarios tan diversos como España, Chile o Italia. Durante todo este recorrido ha participado en diversas iniciativas políticas por la defensa jurídica de las personas presas, como Oteando, OVIC, ANTIGONE o No Prison. Con el objetivo de compilar buena parte del conocimiento adquirido sobre el sistema penitenciario y con una intención divulgativa, ha publicado un libro titulado “Feminismo anticarcelario: el cuerpo como resistencia”. En él, cuestiona la cárcel como un dispositivo productor y reproductor de las relaciones de género.

Poniendo de excusa el lanzamiento de su libro, aprovechamos para conversar con ella sobre el sistema de derecho penal, las cárceles, el papel del género y las posibles alternativas imaginables al castigo. Su mirada articula de forma compleja la crítica feminista a la institución penitenciaria con la tradición abolicionista penal y anticarcelaria.

Por empezar por el título del libro, ¿qué es el feminismo anticarcelario? ¿nos podrías aclarar cómo te sitúas dentro de los debates sobre el abolicionismo penal y el abolicionismo de las prisiones?

Mi ámbito de estudio y trabajo es la prisión, por lo que yo me centro sobre todo en argumentos para la abolición de la prisión desde el feminismo. Por eso hablo de feminismo anticarcelario. El feminismo anticarcelario aporta argumentos para evitar el uso de la prisión señalando que refuerza los roles del patriarcado. Aun así, considero que la lucha contra la prisión se debe enmarcar dentro de un movimiento más amplio que es el de la abolición del sistema penal y la cultura del castigo. Yo me sitúo en ese horizonte: en la crítica al derecho penal y a la cultura del castigo.

En el libro describes el derecho penal como androcéntrico, esto es, como una forma social que fomenta y reproduce el racismo, la transfobia, el machismo o el clasismo, de tal manera que sus propios mecanismos hacen de las mujeres pobres racializadas y disidentes las víctimas perfectas del sistema. ¿Podrías ampliar un poco más esta idea del derecho como productor de realidad?

Lo cierto es que el derecho es uno de los sistemas de disciplinamiento más poderosos y con más fuerza, porque tiene esa fuerza simbólica que está basada en la legitimidad que le da los postulados normativos, y viene derivado de una sociedad patriarcal y una mirada androcéntrica y etnocéntrica. Catherine McKinnon decía que “el derecho ve y trata a las mujeres como los hombres ven y tratan a las mujeres. Ni más ni menos”.

El derecho no es neutral, pese a que debería estar basado en la igualdad y en la defensa del interés social, es altamente selectivo no sólo en cuanto a la clientela que elige como objetivo, sino en la protección de intereses jurídicos

Y además, el derecho está impartido por unos operadores que tienen unas creencias, unas actitudes, unos valores, unos conocimientos concretos, que en este caso son fruto del patriarcado. En ese sentido, no solo el derecho en sí es patriarcal, sino que la aplicación del derecho también lo es. Al construirse desde esta mirada androcéntrica elabora una imagen de las mujeres delincuentes no solo como infractoras de la ley sino como infractoras también de los mandatos de género, por romper la norma legal y la norma social.

El derecho no es neutral, pese a que debería estar basado en la igualdad y en la defensa del interés social, es altamente selectivo no sólo en cuanto a la clientela que elige como objetivo, sino en la protección de intereses jurídicos. Y en este proceso de selección del derecho penal quien juega un papel muy importante son las policías. Ellas ejercen su poder selectivo sobre personas a las que criminalizan. Aquí funcionan todos los prejuicios sexistas, racistas, clasistas, xenófobos, homófobos, etc. que van configurando quiénes son las personas delincuentes. Es de esta forma como conseguimos el álgebra perfecto: más sospecha, más vigilancia, más detenciones, más encarcelamiento. En definitiva, nos encontramos con unas prisiones llenas de personas pobres y personas racializadas.

Uno de los argumentos que atraviesa todo el libro es el del reforzamiento de los roles de género como un elemento central para la crítica feminista del encarcelamiento. ¿Cómo crees que podríamos avanzar hacia otras formas de justicia feminista que contemplen alternativas al encarcelamiento como forma de castigo?

Tenemos que reinventarnos y ser creativas, pensar nuevas formas que restauren el desequilibrio producido por un conflicto y no recurrir a las mismas lógicas que generan este daño. ¿Cómo lo hacemos? ¿Cómo hacemos para derribar estas concepciones punitivistas que ven en la prisión la solución a todos los problemas que tenemos en la sociedad? Yo veo que, en el caso de la cárcel, por ejemplo, habría que enfrentar cuatro pilares: el cultural, el político, el legislativo y el económico.

A nivel cultural, sería pertinente plantearnos cómo contrarrestar todo este populismo punitivo que nos rodea, la idea de castigo que tenemos tan presente, la idea de policía de balcón que tenemos tan interiorizada. Una manera de enfrentarlo sería cuestionándonos lo que es la construcción del delito, la respuesta punitiva a los mismos, la solución represiva a los conflictos sociales, etc., ya que en cualquier conflicto social acudimos a la policía. Pero ¿cómo podemos hacer todo esto? Es fundamental más comunidad, más apoyo mutuo, más solidaridad, recuperar el protagonismo en la gestión del conflicto. No dejarle al Estado que nos expropie el conflicto, que los gestione. Y recuperarlo desde una reparación, desde la restauración, desde la justicia transformativa.

Tenemos que reinventarnos y ser creativas, pensar nuevas formas que restauren el desequilibrio producido por un conflicto y no recurrir a las mismas lógicas que generan este daño

Este cambio cultural es fundamental para enfrentar también el nivel político, que tiene que ver con toda una serie de medidas de política social (salud, educación, vivienda, etc.) para acabar con las causas estructurales que inciden en la comisión de muchos delitos.

A nivel legislativo, por ejemplo, podemos pensar en limitar el uso de la prisión a los casos de peligro grave. ¿Cómo podemos hacerlo? Pues despenalizar delitos menores, regularizar y despenalizar el uso, el consumo, el tráfico y la producción de las drogas, medidas de amnistía e indulto, y cualquier medida que fomente los beneficios penitenciarios para reducir el número de personas que hay en las cárceles.

A nivel económico, se puede pensar en la reconversión gradual laboral y profesional de las personas que trabajan en las prisiones y la reconversión de las estructuras carcelarias, reconvertir las cárceles en centros sociales, por ejemplo. Y crear medidas económicas de redistribución de renta y fomento de la comunidad como la renta básica de las iguales. En definitiva, reforzar la justicia transformativa.

Como activista y defensora de derechos humanos con amplia experiencia en distintas geografías, ¿qué herramientas, aprendizajes, miradas o prácticas antipunitivas de otros lugares crees que pueden ser relevantes para incorporar a la reflexión dentro del contexto español?

Las experiencias de justicia transformativa y comunitaria tienen un papel muy importante en el que debemos profundizar. Hay experiencias muy interesantes en Estados Unidos que provienen, por ejemplo, de grupos que tienen recorridos ya abolicionistas o feministas, del anti-capacitismo, del movimiento negro, del movimiento queer, etc. Y que, sin dejar de lado la teoría, llevan a cabo prácticas transformativas donde la comunidad tiene un papel fundamental.

Lo que pretende la sanción no es castigar sino acoger nuevamente a la persona que se ha desviado de las reglas de la comunidad

A pequeña escala están apareciendo ya experiencias de justicia transformativa en diversos países, en Inglaterra, en Escocia, en el Estado español están surgiendo pequeñas experiencias. Y por otro lado, encontramos aquellas prácticas de Justicia comunitaria de los pueblos originarios que funcionan con lógicas absolutamente no occidentales donde lo que se trabaja es reparar la desarmonía causada por una acción concreta. Estas lo que hacen es priorizar la seguridad y la reparación frente al castigo. Así, en el sistema sancionatorio indígena se interpreta todo con el principio de reciprocidad y el equilibrio de las fuerzas comunitarias con el cosmos. Lo que pretende la sanción no es castigar sino acoger nuevamente a la persona que se ha desviado de las reglas de la comunidad.

Yo creo que todo esto nos puede servir de inspiración. Ver el daño no como un daño individual, sino como un daño social. Y cuando sucede un desajuste, un conflicto o se ejerce violencia gratuita, reconocer que estas situaciones nos afectan a todas, nos deberían afectar a todas, y por tanto deberíamos implicarnos en buscar una solución.

La Institución Penitenciaria española se está orientando hacia la creación de módulos mixtos en donde conviven personas presas independientemente de su género. ¿Cómo se sitúa la crítica feminista anticarcelaria ante este tipo de políticas de igualdad?

Todas estas políticas de mejoras y de reformas entran dentro de lo que llamamos las políticas de reducción del daño. Sin embargo, las reformas por sí solas no eliminarán ni cambiarán las condiciones estructurales que configuran la prisión. Todas estas intervenciones humanitarias, reformistas, garantistas, que están adscritas a esto que llamamos reducción de daño, pueden ser menos ineficaces cuanto más tengan un horizonte abolicionista, esto es, cuanto más tengan un horizonte crítico.

Yo ahí estoy con Beppe Mosconi, la prisión es irreformable, se pueden hacer estas mejoras, pero la reducción de daños no va a transformar la esencia de la prisión. Las reformas mejoran pequeñas cosas, pero no van a acabar con la cárcel nunca.

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