El vertedero de Zaldibar. Ir y no contarlo

cartelHace años hubo una campaña para promocionar la CAPV que decía “Ven y cuéntalo”. Hablaba de las montañas, el paisaje y la gastronomía vascas que sin duda son, en su mayoría, estupendas. Esta semana, por desgracia, muchas personas han aprendido que todos los montes vascos no son idílicos y algunos son literalmente basura.

Se derrumba un monte encima de una autopista. Podría ser algo aislado. Si decimos que es una autopista que probablemente nunca haya permanecido abierta en su totalidad por desprendimientos o peligro de derrumbes de forma habitual ya empieza a no ser tan aislado. Lo siguiente es que no es un monte lo que se ha derrumbado, era algo que parecía un monte, pero en realidad era una montaña de residuos, un vertedero. Dos personas han quedado enterradas en los escombros. Empieza la parte más dramática. Se empieza a buscar a estas personas y de repente hay que parar. Hay amianto en el lugar y los equipos de rescate no habían sido notificados. En teoría, el vertedero alberga residuos no peligrosos. Esa noche el vertedero comienza a arder y a echar humo contaminante al aire. Los servicios de rescate vuelven y continúan con su trabajo. Y así, una semana después, los dos desaparecidos siguen sepultados en escombros y la población respirando aire contaminado. Hoy, 14 de Febrero, el regalo cariñoso del Gobierno Vasco ha sido recomendar que no se hagan actividades al aire libre, las productoras de alimentos de la zona no pueden vender sus verduras en espera a ser analizadas y Osakidetza ha declarado la alerta en un radio donde viven 48000 personas. Esto pasa en la cuna del I+D+I, en el mundo que inventa taxidrones voladores y que con todo eso en el siglo XXI hay personas que mueren enterradas en basura, literalmente.

Como habitante que he sido de Ermua durante media vida, puedo compartir que en esos lugares, como en otros de Euskadi, de niñas se podía jugar a adivinar de qué color vendría el agua del río cada día. No era el agua que bebíamos, pero jugábamos y paseábamos por allí. Al igual que en otros valles vascos, los 60 y los 70 fueron décadas en las que la industria sustituyó la agricultura y la ganadería y el asfalto junto a los bloques de viviendas sustituyeron a las laderas de pastos. Esto era el desarrollo, esto es colocarse en el mundo civilizado. Con los años, los controles medio ambientales llegaron y el agua del río no pudo salir de colores nunca más, pero el modelo industrial que nos rodeaba no es inocuo. Como se puede ver en la publicación coordinada por Oscar Carpintero en el 2015 sobre el metabolismo en el Estado español, la CAPV es literalmente un vertedero industrial. Cuenta con mucha industria de transformación cuya materia prima importa y cuyo resultado exporta, pero todos los residuos que se generan como consecuencia de esta transformación se quedan en un territorio relativamente pequeño y especialmente concentradas en Bizkaia y Gipuzkoa. Curiosamente este derrumbe se da justo en la frontera entre las dos provincias.

El hecho de vivir rodeadas de residuos por todas partes, que ahora se hace visible a los ojos de mucha gente, especialmente de las más afectadas, es algo que se ha normalizado a lo largo de los años e incluso cuando se planteaba hablar del tema desde una mirada crítica la defensa siempre era la misma, la legalidad, el empleo y la supuesta economía que todo esto trae a nuestro territorio. Hoy hablamos del vertedero, pero podemos pasear por aquella zona y ver que en pocos kilómetros hay verdaderas montañas de chatarra emitiendo nubes rojizas o como apuntaba al inicio, podemos ver cómo las huertas de pinos y el asfaltar sin medida ha llevado a derrumbes en muchos puntos del territorio. Nada de esto parece haber llegado a cuestionar que en algún momento parar va a ser ya no necesario sino irremediable.

De igual forma, este modelo ha venido a reducir la definición de lugar habitable a un espacio en el que se pueda asfaltar y construir independientemente del acceso a aire limpio, a agua y a respetar una naturaleza que no nos pertenece y que habría que dejar a generaciones venideras. Cuando estos argumentos se apuntan, se nos tacha de ecologistas radicales, pero es que no es una mera cuestión de romanticismo como se pretende hacer parecer, incluso si se mira desde una visión egoísta, es una cuestión de supervivencia. Invadir territorios sin medida, generar residuos y esconderlos en forma de montaña tiene consecuencias, empezando por la pérdida de tierra para otras actividades que sí sustentan la vida como la agricultura y la ganadería, siguiendo por la contaminación de la tierra y los acuíferos y llevando a transformar un territorio vivible y saludable en un territorio con calificación oficial de habitable, pero de alto riesgo como se está comprobando en estos días. La paradoja nos lleva a ver cómo un territorio que tiene vertederos literalmente en la puerta de casa, hace poco protestaba por la propuesta de la recogida de basuras puerta a puerta, entre otros argumentos, porque estéticamente no era admisible. Es la contradicción constante en la que nos hace vivir este modelo. La inmediatez es compañera necesaria ya que no pensar lo que ocurrirá a medio y a largo plazo hace que no nos cuestionemos lo que estamos viendo todos los días y, por último, el sueño de que la I+D+I es la solución a todos los males, sin tomar en cuenta que la energía y el planeta son limitados. Los políticos que nos gobiernan sueñan con estar a la altura de lo más puntero y eso nos lleva a que hoy, un lugar de Euskadi y China están hermanadas por las mascarillas y la contaminación.

Probablemente de este hecho se saldrá con mucho ruido pero pocas acciones contundentes para que la situación cambie, pero lo que hace es evidenciar que una transición social y ecológica es imprescindible en el territorio. En este caso, además, dos personas se quedan en el camino y no puede verse como un mero “accidente laboral” y reducir la responsabilidad a la empresa, cuando los factores son múltiples . Toca pensar qué son territorios vivibles, realmente habitables e incluso seguros, mirando a los límites de la tierra, al agua y a la naturaleza que nos rodea, con modelos que pongan la vida digna y sana en el centro más allá de los intereses y las miradas cortoplacistas traducidas en legalidad y calificaciones urbanísticas.

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