Unas reflexiones críticas en torno a StopGordofobia

portadaDónde el texto es luminoso, iluminador

José Iglesias Fernández, Economista.- El libro Stop gordofobia se lee de un tirón. [1] Para los que venimos proponiendo comunidades sin opresión, sociedades alternativas al capitalismo, [2] las advertencias que desgrana su autora contienen un ejemplo y una lección a incluir en nuestras futuras reflexiones. Personalmente, recuerdo que un día escribí un ensayo sobre la pobreza y la desigualdad en el que añadía esta expresión: ¡Ay de ti! Si naces niña, negra y pobre. Cuando seas mujer, tu vida será dura; y de vieja, miserable. [3] La frase quedaba corta. Hoy no dudaría en añadir lo de gorda.

Después de considerar la riqueza de argumentos desmenuzados contra la gordofobia, digo que considero su lectura indispensable, dado que la autora nos descubre innumerables espacios e innumerables comportamientos en los cuales las personas gordas son sometidas a maltrato y humillación por el sólo hecho de que su peso no responde a unos cánones proclamados por las exigencias de muchos intereses e ideologías coincidentes con los valores que defiende esta sociedad. Es una gozada leer los numerosos argumentos que se desgranan para construir una reivindicación antigordofóbica todavía posible dentro de la sociedad capitalista, a la vez que no deja de ser una afrenta cuando enumera los casos diarios en que ideas, instituciones y personas mantienen en la actualidad una tendencia creciente para potenciar, y a veces justificar, la gordofobia.

Con ejemplos de la vida cotidiana, en los que es fácil vernos alguna vez reflejadas cada una de nosotras, la autora va descubriendo los espacios comunes en que frecuentemente se da la gordofobia, espacios tan conocidos, como el familiar, el laboral, el sanitario, el educativo, el cultural, el artístico, el deportivo, el alimenticio, el político, el asociativo, el de ocio, etc. Así mismo, pone de manifiesto los lugares donde se da el acoso gordofóbico, como puede ser la escuela, el gimnasio, la tienda como expresión del sistema de mercados, el cine y la moda, los medios de comunicación, incluso nuestras propias relaciones afectivo-sexuales. Como ella destaca: “una mirada, un comentario, y hasta un suspiro pueden estar cargados de gordofobia dependiendo del contexto”. También invita a reflexionar sobre la gordofobia a movimientos afines, como el feminismo y las posiciones medioambientales, lo mismo que no duda en reprochar a cierta izquierda cuando esta asume los cánones y los valores que enarbola la sociedad actual dominantemente gordofóbica.

Y dónde palidece, pierde contexto

En general, la opresión es una realidad permanente que aparece, unas veces abierta y manifestada por “situaciones de desventaja, injusticia, reducción o exclusión, [tales como] impedimentos, barreras, y limitaciones sistemáticas a causa de normas, hábitos y símbolos sociales que no son cuestionados por la sociedad”. Otras veces es más sutil, porque “las opresiones son sistemáticamente reproducidas en las más importantes instituciones económicas, políticas y culturales de nuestra sociedades, por eso decimos que son sistémicas y estructurales”. [4]

Ahora bien, decir y reconocer que la opresión es estructural y sistémica implica que la gordofobia contiene una lógica de valores, sino consustancial, al menos orgánica al capitalismo. Y esto no aparece destacado en el libro. La religión y el patriarcado son sistemas de poder subsumidos por la lógica de acumulación del capitalismo; responden a las exigencias de mantenimiento y reproducción del propio sistema. El sistema ha ido desarrollando su versión humanista, verde, feminista, gay-lésbica, racial, y, en algunos países y sectores, ya está incorporando a las personas gordas a su lógica de acumulación, creando mercados especiales (de mano de obra y de consumo) que respondan a las reivindicaciones de estos grupos; sí los grupos antigordofóbicos no son cautos y firmes contra el capitalismo, igualmente serán subsumidos por el sistema como el resto de movimientos mencionados.  

Si esto es así, lo que estamos indicando y haciendo patente es que cuando se dice “tú eres preciosa, el sistema es una mierda”, estamos constatando que hay que destruir el propio sistema y no luchar para que el capitalismo nos acepte. Aunque desapareciese de la sociedad la actitud gordofóbica, el capitalismo seguiría explotando a mujeres y hombres, personas gordas y delgadas, negras y blancas, jóvenes y viejas, laicas y religiosas, etc. No es una lucha, como la autora reconoce, para ampliar los cánones de gordura o belleza para que entren unas cuantas más personas gordas en la casa del amo, sino que, o somos conscientes de su propia destrucción, de su propia barbarie como ejercicio de poder, o no cambiará nada.

La subversión supone un enfrentamiento y destrucción del capitalismo, en la medida que simultáneamente construimos otra sociedad de iguales en la diversidad: antirracista, antisexista, anticlasista, antimilitarista, antigordofóbica, laica, etc. Y aunque en el texto se menciona algunas pocas veces el capitalismo, lo que echamos en falta es una referencia a que son las exigencias del propio capitalismo, para utilizar a las personas gordas, una norma no escrita de su propia reproducción sistémica.

Sobre la opresión (individual y sistémica)

Todas sabemos del dolor que las personas de color sufrieron en los EE UU para liberarse de la esclavitud y para conseguir el reconocimiento de los derechos civiles. Esta liberación ha permitido que personas de color se hayan hecho empresarias, policías y jueces, que a su vez se incorporarían al sistema para explotar, matar y condenar a negras, muchas de ellas gordos y gordas. Incluso, una persona de este grupo étnico/racial ha conseguido llegar a ser Presidente de estos estados. Pero, ¿qué ha cambiado en el capitalismo estadounidense? Nada. Si no destruimos el sistema, nada sustancial cambiará. Por tanto, y mientras la transformación del capitalismo no se realice, “un espectro seguirá cerniéndose sobre las personas gordas” 5 y otros grupos oprimidos del planeta.

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