Tenemos hambre de derechos

cartelCompartimos "Tenemos hambre de derechos" texto escrito a tres manos por nuestras compas: Ruth L. Herero, Isabel Álvarez y Diego Lores. Lo podéis leer a continuación:

La "crisis" originada por el COVID-19 está desvelando y agudizando situaciones de desigualdad en las que vivíamos la mayoría: empobrecimiento, precarización de la vida, desahucios, centralismo de lo urbano, violencia machista, sexista y racista...

Como en la anterior crisis/estafa -instaladas ya en un mundo colapsado- las políticas sociales vuelven al debate público, y como ocurrió con el estallido de la burbuja inmobiliaria vuelven a tratar de confundirnos. Hace ya tiempo que desde las instituciones se ha generado una narrativa en la que se ensalza la necesidad de la "colaboración" público-privada. Así se genera una “opinión” en la que se mezclan las respuestas públicas con las de entidades privadas, eliminando derechos con medidas asistenciales y condicionadas, confundiendo rentas básicas con "limosnas", autonomía con control social y sobre todo se hace ver una cierta "esencialidad" de lo privado para una buena gestión. Esto se aplica a todos los ámbitos y el ámbito alimentario no se libra.

Así en estos meses hemos visto como se habla de normalidad en la cadena alimentaria mientras las productoras han tenido cerrados los mercados locales y muchas personas están pasando hambre. Se ha hecho ver que no había ningún problema porque la gran distribución es capaz de abastecer, que no es lo mismo que alimentar, a quienes podían acercarse a los supermercados a hacer la compra. ¿Y qué está pasando con las que no pueden al carecer de recursos económicos suficientes? Pues que vuelve a aparecer como respuesta estrella, los bancos de alimentos, sinónimo -salvo contadas excepciones- de salidas que ahondan en la estigmatización, el control, la burocracia, la dependencia, el poder... y que evidencian la fragilidad de las personas en un sistema que no es capaz de garantizar ni lo más básico: el acceso a la alimentación sana y nutritiva como un derecho y no como un privilegio.

Muchos de estos bancos de alimentos parten de las "donaciones" de las propias empresas que provocan el caos climático y el colapso global, que nos ha traído aquí y que obtienen beneficios fiscales de estas donaciones. Además, la gestión, en muchos casos, recae en el voluntariado y no en una respuesta real que garantice un derecho a la alimentación para todas las personas. Hemos visto como a veces se han firmado convenios con grandes marcas de productos ultraprocesados (no alimentos) evidenciando que para quienes no cuentan con recursos, en el mejor de los casos desde las instituciones, se busca que se lleven algo a la boca, da igual lo que sea, a costa de la salud. En la gestión de las becas de comedor durante la crisis, en muchas de las CC.AA. solo las criaturas que tenían cubierto por beca más del 75% del coste del comedor escolar han recibido alimento, es decir, quienes tenían beca pero por debajo de este porcentaje no han recibido nada lo que agrava la situación en muchos hogares y perjudica especialmente a las mujeres. A la hora de repartir, sabemos que la alimentación de las criaturas en una casa siempre es prioritaria y la de sus madres siempre es la última que cuenta. Además de esto, en estos meses se han cerrado los huertos de autoconsumo en muchos lugares, privando a mucha gente de un recurso esencial para su alimentación diaria. Pues estos huertos no son meros espacios de ocio, generalmente son espacios indispensables para la vida.

Por eso exigimos que las respuestas partan desde un enfoque de derechos, de derechos fuertes: sociales, básicos y universales. Como el derecho a la alimentación y nutrición adecuada, derecho a la vivienda en condiciones dignas, derecho a la Renta Básica de las iguales y muchos otros, que en nada se parecen a las respuestas que llaman a participar de "falsas soluciones" y que perpetúan la desigualdad, la injusticia y la desmovilización.

Los Servicios Sociales más orientados a contener necesidades que a garantizar derechos

Sabemos que en los Servicios Sociales, que muchas llevamos años sufriendo, no vamos a encontrar salidas. En el mejor de los casos alivio, que deseamos no amortigüe lnecesidad de juntarse y buscar salidas desde la raíz: salidas colectivas y comunitarias. Que conozcamos las limitaciones de los SS.SS. y su función no exime para que estos gocen de más recursos y de profesionales que sean también compañeras/aliadas de luchas y vidas. Para muchas los SS.SS. son sinónimo de fiscalización, de control, de atrasos, de papeleos, de negocios para el capital… y del olvido de las necesidades básicas que quedan hundidas bajo papeles. En su corta vida los Servicios Sociales han perdido la parte más importante de su sentido, se quedó la palabra "social" aplastada por la de “servicios” que cosifican a las personas tratándonos como “expedientes”, somos el “caso individual” que puede o no, entrar en sus parámetros o criterios de intervención. Por lo que muchas nos humillan, maltratan y tienen en cuenta el color de la piel a la hora de dar información para hacer la “criba” necesaria que va eliminando de la lista a las más necesitadas. La lejanía de la mesa de los despachos de trabajadoras de base frente a la realidades sociales es mayor cada día, así se ha creado una maquinaria que no genera empatía ni cercanía.

Las trabajadoras sociales que realizan un trabajo cercano y social son apartadas de la institución, si tienen una verdadera intención de solucionar situaciones no sirven al sistema capitalista, y si no sirven al sistema no se renueva su contrato. Algunas sufren hasta el punto de abandonar sus puestos de trabajo mientras buscan el oasis donde ser trabajadora social y no la autómata o el muro indolente que se niega a hacer cualquier trámite.

Y estos días, mientras las personas y las economías domésticas caían como fichas de dominó frente a la imposibilidad de adquirir alimentos, pagar el alquiler, la luz, el agua, el teléfono, internet… Los servicios sociales de base, en demasiadas ocasiones, se han dedicado a derivar a las personas a los recursos de beneficencia para adquirir comida como primer, y a veces, como único recurso frente a las insuficientes y míseras prestaciones económicas públicas. En demasiadas ocasiones hemos sido "derivadas" a parroquias u ONG's sin antes dar información sobre las prestaciones sociales y sin facilitar su acceso. Como quien se sacude “algo molesto”, cuestionan la credibilidad de las personas angustiadas por la carencia de recursos, el miedo por la salud y la falta de alimentos. Echamos en falta profesionales que cuestionen la institución que les garantiza un empleo público, la misma que obstaculiza y no garantiza el acceso a los recursos más básicos. Nos sobra el trabajo social hegemónico que culpabiliza y revictimiza a las personas en su afán de análisis individualizado que oculta los problemas sociales que genera este sistema capitalista, patriarcal y racista. Con todo esto lo que decimos es que  no queremos producciones de alimentos insanos o alimentos nutritivos a los que no puedan acceder todas las personas, no queremos que en los hogares sea necesario priorizar la alimentación de las criaturas y no queden alimentos para quienes las cuidan, no queremos una realidad en la que las mujeres no podamos desligarnos de los cuidados porque el resto de la sociedad no está dispuesta a asumirlos y no nos considera útiles más allá que por nuestra función gratuita de cuidados y no queremos que la labor de los Servicios Sociales sea controlar y perpetuar este sistema de organización y de valores en lugar de ejercer una labor social de cuidados, que es lo que les correspondería, en lugar de condenarnos al hambre y la desidia.

Y es verdad que tenemos hambre, pero sobre todo tenemos HAMBRE DE DERECHOS.

Mayo 2020

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