Suicidios en prisiones: un problema de salud pública

imagendesinformemonos.org. Alicia Alonso.- Anuska1 pisó por última vez la cárcel a los 27 años. Los años anteriores los había pasado entrando y saliendo de la comunidad terapéutica y de la prisión debido al consumo problemático de drogas. Por el camino perdió su hija a la que dieron en adopción. Después de años de sufrimiento, no pudo más y se quitó la vida en la celda en la que estaba recluida. Dejó una nota escrita para su compañero pidiéndole perdón y motivando su acción por el temor de perderse de nuevo.

Ricardo se quitó la vida a los meses de entrar como preventivo en la cárcel. Acababa de cumplir 70 años. Sufría de diversas patologías psíquicas. Ya había intentado quitarse la vida algunas semanas antes del fatal desenlace, pero dijeron que eran intentos de manipulación. Al final no fueron tales.

Hadmi tenía 47 años y estaban en régimen de aislamiento cuando se suicidó. Ingresó en la prisión por delitos menores debido a problemas psíquicos. La cárcel agravó sus patologías y su inadaptación. Acabó en un régimen de confinamiento estricto con pocas horas de salida de la celda, sin contacto humano significativo y sin actividades. No lo pudo soportar y no consiguió salir de allí, solo muerto.

Joan entró por primera y última vez en la cárcel a los 24 años. Tenía problemas de drogodependencia y sufrimiento psíquico. Detentaba también antecedentes de haber intentado suicidarse en libertad, pero a su entrada en prisión no consideraron que tuviera tal riesgo. A las pocas semanas de su ingreso se autolesionó con una cuchilla en ambos brazos. Los cortes provocados fueron de cierta gravedad pero fueron valorados como de carácter manipulativo por su psiquiatra, ya que había manifestado que buscaba un aumento de la medicación para paliar la ansiedad que padecía. Algunos días después, se suicidó cortándose ambos brazos. No se le había aplicado ningún protocolo de prevención de suicidios.

Estos son sólo algunos de los casos de las decenas de historias humanas de sufrimiento en las prisiones que acaban con la propia vida. Si el suicidio sigue siendo un tema tabú en el mundo “abierto”, podemos imaginar que es todavía aún más invisibilizado dentro de los muros.

Las personas presas tienen muchas más probabilidades de quitarse la vida que el resto de la población, incluso después de salir de prisión. Según la OMS estas tienen unas tasas de intentos de suicidios casi seis veces más alta que la población general. Tasa que se eleva a 7,5 veces mayor cuando se trata de personas encarceladas en espera de juicio.

Las razones por las que las personas reclusas se quitan la vida son complejas. Por un lado, se debe a una combinación de factores preexistentes y que tienen que ver con la sociedad individualista, materialista y represiva que impone el capitalismo. A esto se unen las características de penalidad y sufrimiento que supone la vida en la cárcel.

Las instituciones penitenciarias -que tienen el deber de garantizar la salud y la integridad física/psíquica, así como velar por la seguridad de las personas privadas de libertad-, atribuyen estos eventos exclusivamente a los antecedentes penales, factores de salud mental o drogodependencia y la interacción o falta de contacto con la familia y el entorno. Para estas la casi totalidad de los casos son debidos al «cansancio vital» o la angustia ante temas del exterior. Pero nunca se tienen en cuenta la cárcel como un elemento estresor. No se considera que sea la institución la que pueda generar angustia, ni en ningún momento se cuestiona el proceder del personal que presta servicio en la prisión.

Adaptarse a la vida en prisión resulta difícil, especialmente para quienes nunca antes había estado dentro de los fríos muros. La propia naturaleza de la vida penitenciaria como son la falta de autonomía sobre actividades simples de la vida cotidiana (levantarse, acostarse, comer o ducharse), el estar todo regulado y controlado o la falta de actividades con un propósito determinado que no sea llenar el tiempo, se ha asociado con pensamientos suicidas y tiene un impacto significativo en el riesgo de suicidio dentro de las prisiones.

Por otro lado, en la cárcel se generan situaciones de indefensión e impotencia tanto en el trato con el funcionariado (percepción de arbitrariedad, humillación, violencia psicológica o física, entre otras), como respecto al entorno, tales como las dificultades en la comunicación con familiares. Esta impotencia, combinada con la angustia lleva a buscar soluciones radicales entre las que está el suicidio.

Además, una cantidad desproporcionada de suicidios de personas privadas de libertad ocurre en las unidades de confinamiento solitario o de máxima seguridad. Estar encerrado en una celda por largos periodos de tiempo, con pocas horas de sol y aire, sin casi ningún contacto humano y sin la posibilidad de desarrollar actividades, así como el hecho de sentirse socialmente aislado de otras personas, además de suponer un trato inhumano y degradante, contribuye directamente al aumento del riesgo de suicidio.

El fallecimiento por suicidio de una persona presa, tiene un impacto en los niveles de estrés y enfermedad del personal que trabaja en la prisión, así como del resto de personas reclusas y de sus familiares. Impacto que no solo tendrá efectos después del evento sino que se extenderá a lo largo del tiempo, con los consiguientes costes económicos y emocionales que normalmente no se tienen en consideración.

Todo ello hace que la prisión, en sí misma, se convierta en un factor de riesgo suicida. Si un problema de salud pública se define como una situación que afecta negativamente el bienestar de las personas y de la población, podemos concluir, por tanto, que la existencia de la cárcel supone un problema para la salud pública.

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