pikaramagazine.com. Celia Serrano.- Activistas y afectadas han activado redes de apoyo mutuo y resistencia comunitaria para sobrevivir a las inundaciones de 2024 y sus consecuencias. Algunas ya existían, otras se han creado exprofeso para que nadie quede atrás en una catástrofe medioambiental en la que las administraciones brillaron por su ausencia los primeros días. Seis meses después, se esfuerzan en propuestas que vayan más allá del olvido, el asfalto y las soluciones improvisadas que se imponen desde arriba.
—Siempre les digo a las compañeras con las que trabajo que se cuiden. Pero hasta que la médica no me lo ofreció no me di cuenta de que no estaba cumpliendo con lo que yo misma les recomiendo.
Marcela Bahamón está de baja. Es fundadora de la Asociación Intercultural de Profesionales del Hogar y de los Cuidados, AIPHYC, entidad formada por mujeres migrantes en la ciudad de València que pelea por los derechos de estas trabajadoras. Tiene 52 años y una voluntad y compromiso férreos con mejorar las vidas de estas mujeres desde que ella misma vivió lo peor del sector: insultos, humillaciones y precariedad.
Tras la dana del pasado 29 de octubre de 2024, pasó días enteros atendiendo por teléfono a mujeres migrantes trabajadoras del hogar de los municipios afectados. Identificaba sus necesidades, las ponía en contacto con otras organizaciones sociales, paraba para llorar y seguía.
Las inundaciones arrasaron 87 localidades de las comarcas de Utiel-Requena, La Ribera y, especialmente, l’Horta Sud de la provincia de Valencia y se saldaron con 228 personas fallecidas y miles de personas damnificadas. Se calcula que aún hoy hay 6.000 ascensores inhabilitados en las viviendas con lo que esto supone para personas con movilidad reducida, ancianas y enfermas.
Durante los primeros días, los pueblos carecieron de agua corriente y electricidad. Las viviendas —muchas de ellas bajos en los que habitaban personas mayores— quedaron completamente destrozadas. Todo estaba mojado, húmedo y había un barro denso y viscoso por todas partes. No existía posibilidad de abastecimiento en los supermercados que, además, estaban inundados, los cajeros automáticos no funcionaban. No había comida ni posibilidad de desplazarse para ir a buscarla porque el transporte público no funcionaba, los coches se habían convertido en chatarra que obstaculiza las calles y las carreteras de acceso estaban bloqueadas.
Reconstruir significa también no dejar a nadie atrás
En las semanas posteriores a las inundaciones, casi 17.000 efectivos entre militares, guardias civiles y policías nacionales se desplegaron en la zona, en la que residen alrededor de 60.000 personas migrantes, muchas de ellas mujeres en situación administrativa irregular que cuidan a personas mayores. Estaban aterradas ante la posibilidad de una orden de expulsión y eso dificultaba sus opciones para conseguir cualquier ayuda o cubrir sus necesidades básicas de alimento, agua o ropa.
A Marcela Bahamón le recuerda a la pandemia de la COVID-19. “Pero esto es peor”, asegura. Cuando se dieron cuenta de la gravedad de la situación por lo casos que les llegaban y con los aprendizajes de aquella emergencia, las trabajadoras del hogar activaron su red de apoyo.
Desde AIPHYC, pusieron en marcha una caja de resistencia. Habilitaron un número de cuenta para recibir donaciones de particulares y organizaciones con un objetivo en mente: las necesidades urgentes de mujeres migrantes trabajadoras del hogar y sus familias atrapadas en la zona afectada. Dieron con una persona que tiene permiso para desplazarse con su vehículo y comenzó un peregrinaje para hacerles llegar víveres, ropa y sobres con pequeñas cantidades de dinero en efectivo. Pasadas las semanas y, con mayores opciones de movilidad, han animado a las mujeres a que visiten el local que AIPHYC tiene en Valencia ciudad para que puedan también recibir información sobre posibles ayudas y opciones laborales fuera de los municipios afectados.
La primera vez que Marcela Bahamón reunió las fuerzas suficientes para poner un pie en la zona es tres semanas después, en Alfafar, uno de los pueblos más perjudicados.
—Recuerdo el polvo, el olor, hacía un frío de cementerio. Lo primero que pensé fue “hice bien en no venir los primeros días” porque aún impactaba muchísimo. Ver cómo estaban los locales, cómo el agua había llegado hasta casi tres metros de altura, ver la marca en las paredes, las puertas aplastadas, el suelo como si no estuviese pavimentado, como si nunca hubiera tenido cemento, como si fuese solo de tierra. Yo me sentía trasladada a mi barrio de Bogotá de pequeña, que era de tierra, me sentía en otro sitio.
Acudió a la llamada de dos mujeres, hijas de una madre que estaba ingresada en el hospital por un brote psicótico. Después de la barrancada, su empleadora había echado literalmente a la calle a la mujer, que cuidaba como trabajadora interna a su padre y su hermano, dependientes, a los que había salvado la vida.
Una semana después de la dana, había recorrido los casi diez kilómetros que separan el municipio de Alfafar del Hospital General de la ciudad de València descalza. Se la habían encontrado vagando, desorientada.
—La empleadora la echó a la calle, sin ningún dinero de indemnización, porque había tenido una crisis psiquiátrica y no podía trabajar. Había pasado dos años como interna con unos problemas terribles de estrés, no descansaba ni un solo día, ni sábado ni domingo. Ganaba 800 euros por cuidar ininterrumpidamente a dos personas. Hasta que murió la madre de la señora, habían sido tres.
Las hijas contactaron desde Colombia con Marcela y, cuando llegaron a València, las tres fueron a la casa de la empleadora. La intención era recoger pruebas, verificar lo que había pasado y “reclamar sus derechos”.
—Cuando llegamos, la señora estaba enojadísima. Efectivamente nos reconoce la relación laboral y entonces le digo que tiene derecho a finiquito. “¿Qué finiquito, qué derecho, qué nada?”, me dice ella. Le digo ¿usted sabe que está hospitalizada?, ¿qué perdió la cordura? “A mí qué me vienes a decir, no me importa, si encima me dejó tirada, eso no se lo perdono”, nos dice, y nos tira la puerta en las narices.
Las hijas dudaron si denunciar o no pero finalmente decidieron escuchar a su madre, que estaba “tan mal” que solo quería volver a Colombia. La caja de resistencia de AIPHYC pagó los costes del viaje de vuelta.
El peso de la indiferencia
Marcela Bahamón siente a veces que su trabajo es “poner tiritas en una hemorragia”.
—En ocasiones siento que no estamos haciendo nada. Me quedé enfadada, indignada. Intento no juzgar, pero es difícil. Yo llevo más de seis años atendiendo a compañeras, escuchando historias grotescas y siempre creo que ya lo he escuchado todo pero la crueldad del ser humano no termina de asombrarme. En una situación tan dura, al final el individualismo está ahí, a la orden del día. A la mujer no le importaba nada lo que le pasara a la persona que llevaba dos años cuidando a su familia.
El trabajo de AIPHYC está conectado con una red invisible de activistas que han puesto el cuerpo, los recursos y la autoorganización al servicio de la comunidad. Es el caso del movimiento Regularización Ya, conformado por personas migrantes y racializadas, que trabaja desde 2020 para que se tramite una ILP (Iniciativa Legislativa Popular) que regularice al más de medio millón de personas migrantes que viven y trabajan en el Estado español.
“La mayoría de las personas que hemos atendido son mujeres y familias con menores a cargo. La cuestión económica es primordial”
Al igual que a Bahamón, Ana María Gutiérrez Fajardo, militante antirracista e integrante del colectivo, de 33 años, explica que una de las cuestiones que más le impactaron de los días posteriores a la riada fue la imposición de normalidad.
Al día siguiente, en el restaurante en el que trabaja como cocinera en el barrio de Benimaclet de València, veía cómo una parte de la población seguía con las cenas, las risas y la despreocupación habitual, completamente ajena a lo que ocurría a 15 minutos en coche de su casa.
—Esa pasividad me llena de frustración e indignación. Vengo de un territorio en el que con frecuencia ocurren desastres naturales que afectan mucho a la población. En concreto, la dana me trajo a la memoria el terremoto ocurrido en Ecuador en el año 2016 en el que murieron más de 800 personas que afectó principalmente a las poblaciones de la costa y donde se movilizaron las estructuras del Estado, la ayuda internacional y la población. Así que después del shock, mi siguiente reacción fue preguntarme qué se puede hacer para apoyar a las a las personas afectadas.
Comenzó, casi de forma inmediata, junto a sus compañeras de militancia de Regularización Ya, un trabajo de acompañamiento a las personas migrantes en situación administrativa irregular en los municipios. Consiguieron una furgoneta prestada y se desplazaron a los municipios identificando recursos donde conseguir necesidades básicas para orientar a las personas que se acercaban buscando información.
Son testigos de la situación de emergencia social: la falta de viviendas adecuadas, familias hacinadas, discursos de odio contra la población migrante a la que se acusa de saqueos, los despidos a las trabajadoras de hogar. El dinero en efectivo se convierte en la prioridad.
—La mayoría de las personas que hemos atendido son mujeres y familias con menores a cargo. Para ellas, la cuestión económica es primordial, ya que, frente a la emergencia, la escasez de empleo se ha agravado. Las pocas opciones que tenían en la economía sumergida prácticamente han desaparecido o se han reducido drásticamente.
Una regularización con letra pequeña
En paralelo, pusieron en marcha un ingente trabajo de incidencia política: se reunieron con partidos políticos, enviaron cartas, comunicados y manifiestos y movilizaron a decenas de entidades sociales y sindicatos. Buscaban un mecanismo que facilitara el acceso a empleo, vivienda, sanidad, escolarización de más de 26.000 personas que viven en la zona.
El pasado 11 de febrero, todo este esfuerzo dio sus frutos. Se anunció que las personas migrantes en zona dana pueden acogerse a una regularización extraordinaria por circunstancias excepcionales. Ana María Gutiérrez y sus compañeras sintieron alivio por las personas que acompañan, pero son conscientes de que hay letra pequeña: deben conseguirlo en tres meses —del 14 de febrero al 14 de mayo—, con la condición de estar empadronadas entre el 28 de octubre y el 4 de noviembre de 2024 en las localidades afectadas.
Comenzó, entonces, una carrera contra reloj por conseguir información, renovar pasaportes perdidos, que los servicios sociales de los municipios se apiaden, que la documentación solicitada llegue a tiempo.
Gutiérrez explica que muchas personas, especialmente en municipios como Alfafar y sus alrededores, no habían podido empadronarse donde realmente residen. El empadronamiento es una de las principales vías de acceso a derechos básicos para las personas migrantes. Sin embargo, quienes no lograron hacerlo en el periodo establecido quedan automáticamente excluidas del proceso. No tienen opciones.
“Sabíamos que había zonas a las que la ayuda no llegaría y que se iba a necesitar a largo plazo”
Meses después, aún intenta asimilar todo lo vivido.
—Solo ahora he podido darme tiempo y espacio para procesar lo difícil que ha sido sostener a las personas que hemos acompañado y sobrellevar las imágenes de la tragedia: cómo estaban los pueblos y cómo siguen estando. Porque, cuando vas, es evidente que la reconstrucción tomará mucho tiempo. Quien pretenda lo contrario, a mí me parece, cuanto menos, irresponsable, por no decir poco empático.
Los aprendizajes del sur global
Ante la emergencia, Mujeres, Voces y Resistencias, entidad conformada por mujeres migrantes, transfeministas, antirracistas y anticoloniales que residen en València, puso en práctica los aprendizajes de sus comunidades de origen.
Katherine Trujillo, Katy, economista de 33 años, miembro de esta asociación, recuerda que antes de actuar tuvieron claro que necesitaban evaluar dónde y cómo iban a ser más útiles.
—Desde la primera noche, nos llegaban casos y peticiones y estuvimos ayudando a localizar a personas. Pero, a la hora de intervenir, como mujeres del sur global, testigos de terremotos, inundaciones y otros eventos climatológicos, sabíamos que había zonas a las que la ayuda no llegaría y que se iba a necesitar a largo plazo.
Colaboraron en red recogiendo materiales de primera necesidad y limpieza junto a Uhuru, asociación de afrodescendientes, y Casa Massapê, centro cultural de prácticas decoloniales, que cedió su espacio. Las tres entidades tenían un trabajo conjunto previo en la defensa de derechos de las personas migrantes y el antirracismo. Apoyaron también a otras aliadas, como las mujeres de Casa Marruecos, que, en los momentos más complicados de la emergencia, llegaron a preparar hasta 200 raciones de comida caliente al día para las personas afectadas.
—En un primer momento, vemos como a lugares como Alfafar o Albal, en l’Horta Sud, más pegados a la parte urbana de Valencia, muchas personas podían llegar andando o en bicicleta. Es más fácil llegar y entregar alimentos. Así que decidimos hacerlo en Algemesí porque detectamos que ahí había una cantidad grande de personas migrantes residiendo en la zona del Raval y era más inaccesible.
El INE (Instituto Nacional de Estadística) dice que este barrio es uno de los más empobrecidos del Estado español: por debajo del uno por ciento de la media en renta familiar. Construido junto a un barranco, la dana se ensañó con sus habitantes, muchos de ellos, familias gitanas y magrebíes que residen en bloques de pisos. El desbordamiento del río Magro arrasó el colegio y paralizó el tren de cercanías, cercenando la comunicación con el exterior. Quedaron sin acceso a bienes de primera necesidad y la supervivencia de su vecindario estuvo, durante semanas, en manos de la ayuda de los llamados “voluntarios”.
Al inicio, sus esfuerzos se centraron en hacer llegar comida, agua y bienes de primera necesidad. Realizaron varios desplazamientos a la zona y entregaron los materiales. Estas visitas les ayudaron a identificar la situación. Su trabajo no ha terminado.
—Estamos tratando de contribuir a la reconstrucción y trabajar con las familias y poder acompañarlas y hacer derivaciones a otras entidades que les puedan ayudar.
Solidaridad de clase en la emergencia
El 29 de octubre, la dana inundó la casa de Amparo Bolinches, de 43 años, en Massanassa, como la de miles de personas que corrieron distinta suerte.
—La alarma del móvil que avisaba de las inundaciones sonó cuando yo tenía el agua por encima de la rodilla.
Pasó esa noche achicando agua del garaje con su pareja y, a las ocho de la mañana, esta trabajadora social de la Koordinadora de Kolectivos del Parke Alkosa —espacio asociativo emblemático con más de tres décadas de trabajo comunitario en el barrio de Parque Alcosa— salió a buscar a las familias del centro de día de menores en el que trabaja. Para hacerlo, tuvo que meterse en el barro y escalar por encima de los coches apilados.
—El primer impulso es ir a tocarnos, a vernos y asegurarnos de que estamos todos bien. Afortunadamente, en el colectivo no hemos tenido ninguna víctima mortal cercana. En ese momento era lo único que nos importaba.
El barrio Orba, también conocido como Parque Alcosa, es un enclave de viviendas de protección oficial que pertenece al término municipal de Alfafar, pero se encuentra encajado entre las localidades de Benetússer y Massanassa. Castigado por la epidemia de la heroína y el paro en los años 80, nació en los 60 como respuesta a la llegada de inmigración andaluza y castellana. Con el paso de los años, se han sumado a la comunidad vecinas y vecinos de origen magrebí y latinoamericano.
El Kolectivo surge posteriormente, en los años 90, como respuesta al abandono institucional: las vecinas limpiaban el barrio de forma autogestionada y entregaban la basura al Ayuntamiento hasta que consiguieron que les pagara por su trabajo. Así nace la cooperativa de limpieza que después se agranda con nuevos proyectos: centro de día de niños, centro de jóvenes, acción social, entre otras iniciativas.
Ayudaron a sacar del CIE a los chavales del barrio a los que la Policía se empeña en pedir los papeles en medio de la emergencia
Bolinches explica que su trabajo consistía en encargarse del espacio de los y las peques: papeleo por las mañanas y acompañamiento por las tardes. Las inundaciones han acabado con esta rutina: el centro ya no existe.
Con la emergencia, desde el Kolectivo, han tenido que imaginar nuevas soluciones a las nuevas prioridades: comida, agua, ropa, papeleo para las ayudas. Desde el primer momento, los movimientos sociales y las voluntarias, que llegan de todas partes, se vuelcan con el barrio. Ante la avalancha de ayuda, tienen que encontrar un espacio para gestionar las donaciones. Entraron en un local municipal en desuso que había sido un supermercado y montaron el suyo propio, que aún funciona.
También habilitaron un ropero, pusieron en marcha orientación jurídica para las vecinas migrantes, ayudaron a sacar del Centro de Internamiento para personas Extranjeras (CIE) a los chavales del barrio a los que la Policía se empeña en pedir los papeles en medio de la emergencia, acompañan a las vecinas con el trámite de las ayudas, pintan y reconstruyen paredes, ponen en marcha un servicio de acompañamiento psicológico. Lo que haga falta.
Ahora, Amparo sueña con un comedor social.
—Ya hemos identificado un local adecuado y estamos en conversaciones con el propietario. Además, estamos evaluando la posibilidad de que una de las huertas cercanas suministre los alimentos, para que los productos sean de proximidad. El objetivo es también que los trabajadores provengan del mismo barrio, lo que ayudaría a generar empleo local.
Comenzar la casa desde los cuidados
A Parque Alcosa llegaron también Moradas en Construcción, una red de mujeres de todo el territorio español, conformada por promotoras, arquitectas, constructoras, aparejadoras, interioristas, albañilas, carpinteras, fontaneras, electricistas, montadoras, artistas y artesanas de la bioconstrucción.
“¿Dónde estaba escrito que yo era la que tenía que ir a conseguir comida, agua, y además hacer tareas comunitarias, y que tú, de ocho a ocho, te ibas a hacer únicamente tareas comunitarias?”
A principios de diciembre, decretan la Semana Morada por la dana y 20 de ellas pasaron días arreglando el centro de infancia y juventud del Kolectivo. Además, intervinieron algunas viviendas en plantas bajas de familias que quedaron en situación de máxima vulnerabilidad. Picaron paredes y pusieron revestimientos con cal, enseñaron a las vecinas cómo hacerlo. También sistematizaron toda la información derivada de la acción en un manual para promover prácticas sostenibles en la reconstrucción.
“Las moradas partimos de la premisa de comenzar la casa desde los cuidados. Nos organizamos en pequeños equipos, cooperamos, reducimos la jornada de trabajo para cuidar y cuidarnos, trabajamos con música, buen ambiente y en cooperación no en competición”, indican.
Vecinas, territorio y memoria
Otra superviviente, Rut Moyano, recuerda que los primeros días tras la dana nunca terminaba de poner lavadoras. “Íbamos de barro hasta las orejas”, dice. Después salía a la calle para llenar la nevera con agua y comida, buscaba durante horas una bombona de butano… todo lo necesario para cuidar a su hija de 12 años y su hijo de 15. Pero, además, estaba implicada en el trabajo comunitario, ayudando a las vecinas. Su trabajo era dentro y fuera. Su expareja, por el contrario, se dedicaba casi en exclusiva a las tareas urgentes de la emergencia.
—Yo tuve que irme de mi casa y estar 50 días fuera. Fui a la casa del padre de mis dos hijos. A los cuatro o cinco días lo senté y le dije: ¿dónde estaba escrito que yo era la que tenía que ir a conseguir comida, agua, y además hacer tareas comunitarias, y que tú, de ocho a ocho, te ibas a hacer únicamente tareas comunitarias? Yo sé que en la residencia de mayores hay mucha urgencia, pero, aparte de eso, aquí tienes un hijo y una hija que también tienen que comer y beber.
La tendencia ha sido que los hombres salen a la calle y hacen las cosas que se ven. Ellas siguen con la doble jornada, dentro y fuera de casa
Indica que la tendencia ha sido que los hombres salen a la calle y hacen las cosas que se ven. Ellas siguen con la doble jornada, dentro y fuera de casa.
—Desde mi experiencia más cercana, se reproduce ese rol de los hombres en lo público y las mujeres en lo privado, aunque nosotras también realizamos labores en lo público. Esto supone una sobrecarga de trabajo bestial. Al final, es lo mismo que sucedía antes, pero con el plus de que es más difícil hacer todo y cuesta más tiempo.
Esta asesora comercial, con más de 25 años como sindicalista en CGT y activista en la Asamblea de Solidaridad con México del País Valencià por su admiración al movimiento zapatista, es una de las representantes del Comité de Emergencia y Reconstrucción Local de Benetússer, municipio de la zona cero. Estas estructuras trabajan desde principios de año para que las propuestas comunitarias lleguen a las administraciones.
Explica que no decidió implicarse, simplemente sucedió. Comenzó ayudando en las tareas urgentes de la emergencia en Parque Alcosa, donde residen sus padres. Cuando la dana se fue desvaneciendo en las noticias, el trabajo seguía, y allí surgió la propuesta de crear un espacio autogestionado desde los pueblos para repensar el territorio.
—Es como si me preguntas: ¿había que repartir agua? Pues sí, hay que hacerlo porque sigue siendo una necesidad muy básica. Entonces, ¿cómo van a reconstruir tu pueblo? ¿Qué va a pasar con tus vecinas? No lo decidí; para mí forma parte de la urgencia.
“Las administraciones no están haciendo el ejercicio de pensar por qué nos ha pasado esto y qué hay que hacer para evitar que vuelva a pasar”
Desde estas asambleas ciudadanas buscan una reconstrucción alternativa, más allá de la lógica de la “vuelta a la normalidad”.
—Las administraciones no están haciendo el ejercicio de pensar por qué nos ha pasado esto y qué hay que hacer para evitar que vuelva a pasar. Estamos en un escenario de emergencia climática, esto ha venido para quedarse, es muy posible que vuelva a suceder. No es solo la reconstrucción, no es solo arreglar una plaza, es replantearse el modelo de sistema en el que estamos viviendo. Esto es lo que ofrecen los comités.
Para ella, reconstruir significa también no dejar a nadie atrás.
—Ha sido una desgracia, pero al mismo tiempo supone una oportunidad para repensar cómo queremos las cosas. Hay que reflexionar sobre cuánta gente ya vivía de forma muy precaria, muy excluida; ¿cuántos colectivos no tenían adaptado el entorno en el que vivían? Todo eso es el trabajo que hay pendiente ahora. Que no sean las administraciones las que decidan sin contar con la población.
Rut Moyano denuncia el abandono histórico que ha sufrido l’Horta Sud como una de las causas de la catástrofe.
“De esto hay que hacer memoria. Esto tiene que servir para aprender”
—Esta comarca está condenada: la V-30, la V-31, el trazado del AVE… todo eso. Son dificultades para nosotros porque no dejan fluir el agua. Somos una zona con muchísima complejidad, ha sido una especie de zona de sacrificio. Aquí han ido a parar todas las infraestructuras que la ciudad de València necesitaba: centros comerciales, polígonos, depuradoras, el puerto, el aeropuerto… y todos los accesos que implica llegar a un puerto o a un aeropuerto. Claro, ahora hemos pagado el pato. Seguramente, en otras condiciones, el agua hubiera podido fluir hacia la Albufera y al mar de otra forma. Por eso hay que replantear todo eso, y hay que hacerlo ya.
En su opinión, las administraciones buscan maquillar los daños sin abordar las causas estructurales ni escuchar a la población.
—Quieren que la gente se olvide de aquí a las próximas elecciones, pero de esto hay que hacer memoria. Esto tiene que servir para aprender y, además, para recordar a la gente que se ha quedado en el camino. Eso del olvido lo llevo mal, la verdad.
Quién salva a quién y de qué
Solo el pueblo salva el pueblo. Durante todos estos meses desde la noche de la riada y, especialmente en las primeras semanas, la frase se repite machaconamente en los pueblos, en los medios y en las redes como lema de “los voluntarios” que se desplazaron a hacer los primeros trabajos de limpieza. Las activistas que han participado en las redes de apoyo mutuo abrazan el leitmotiv, pero añaden matices, recelos y discusiones desde la experiencia en la emergencia y la reconstrucción.
Solo desde lo comunitario se puede “transformar este sistema capitalista, patriarcal, racista y colonial”, cuentan desde la Assemblea Feminista de València
La Assemblea Feminista de València, colectiva formada por unas 40 militantes de la ciudad de Valencia, que se definen como “asamblea abierta transfeminista anticapitalista y antirracista”, participó desde el primer momento en la construcción de la red de apoyo Suport Mutu DANA. Este encuentro de varias entidades daba apoyo en las zonas afectadas, recibiendo peticiones y gestionando personas que pudieran ofrecer su ayuda, tanto de forma física como por otras vías (envío de materiales, dinero…). Además, realizaron brigadas de limpieza tanto de personas de la ciudad como de otros territorios. También ofrecieron a las personas que colaboraban una guía de acompañamiento en casos de violencia de género.
—En situaciones de catástrofe como esta, la violencia hacia las mujeres y las disidencias también se incrementa. Por ello, era importante que las brigadas tuvieran información de cómo actuar en estos casos.
Para ellas, la frase manida significa que la autoorganización es imprescindible y solo desde lo comunitario se puede “transformar este sistema capitalista, patriarcal, racista y colonial”, cuentan.
Además, aseguran que la dana ha demostrado que en los lugares donde ya había organización popular previa es donde mejor se ha resistido.
—Meses después, podemos decir que, como mínimo, ahora que los focos están puestos en otra parte, solo el pueblo se acuerda del pueblo.
Amparo Bolinches, del Kolectivo Parke Alkosa profundiza en esta idea.
—Solo la gente buena y luchadora salva al pueblo. Y no hablo de las que estamos a tope, cuando esos chispazos en las luchas sociales en determinados momentos de urgencia hacen que todo sea muy visible. Hablo de las personas que cuando esos chispazos se apagan siguen luchando por crear maneras de estar en el mundo, que van en contra de lo establecido. Que sus decisiones vitales, a pesar de las incoherencias, respiran feminismo, respiran lucha y respiran libertad.
“Muchas personas afectadas han sido invisibilizadas”
Desde Mujeres, Voces y Resistencias, Katy Trujillo cuestiona si la solidaridad llegó a todos las afectadas.
—Muchas personas afectadas han sido invisibilizadas. Las gitanas y las migrantes tenían miedo al perfilamiento racial por parte de la Policía y eso ha hecho que dependieran de su comunidad. También, en algunos casos, la distribución de alimentos se realizaba bajo la demostración del empadronamiento en la localidad o el DNI y eso excluía a las personas en situación irregular.
Marcela Bahamón, de AIPHYC, se muestra muy crítica desde la indignación que le provoca la falta de respuesta institucional.
—¿Cómo puedo yo salvar a otra persona? No hemos salvado a nadie, han muerto todas estas personas ¡228! La pregunta es ¿quién ha dejado que se mueran? Un sistema obsoleto. Es vergonzoso que con la tecnología y la información que tenemos, en pleno siglo XXI, no se haya salvado a estas personas. Por eso pienso que ahora toca que cada una se haga responsable de su forma de ejercer la ciudadanía y de mirar el sistema político, económico y social y pensar qué puedo hacer para mejorarlo. Ahora lo fácil sería decir que todos los políticos son iguales y no votar.
Rut Moyano, del Comité Local de Emergencia y Reconstrucción de Benetússer, como persona afectada, reivindica también la intervención de las administraciones y narra el alivio que sintió al ver a la Unidad Militar de Emergencias (UME) sacando barro de su garaje, como un ejemplo.
—Me parece una frase bonita porque me recuerda al poeta Vicent Andrés Estellés, pero la extrema derecha la está utilizando de una manera que la está empañando. La realidad es que tenemos la capacidad de salvarnos, en parte, en la respuesta inmediata, cuando necesitamos grúas, bombas o maquinaria para la extracción de lodos, no. Existen instituciones que gestionan nuestros impuestos y son las encargadas de dar respuesta a esas necesidades. Y aunque eso no invalida que nosotros también debamos estar organizados para responder a la emergencia, es importante reconocer que no podemos con todo. Es una realidad que, sin la ayuda de esos recursos, no podríamos hacerlo. Eso sí, dentro de la emergencia, hay algo que nunca podrán cubrir: el sostén emocional, tan esencial para sobrevivir. En ese aspecto, son tu familia, tus amigas o tus vecinos quienes te arropan y te empujan a seguir adelante.
Desde el 29 de octubre de 2024, todas estas mujeres han tejido redes de trabajo y ayuda mutua, han disputado el relato hegemónico, han puesto lavadoras en medio del barro y han desafiado políticas y leyes para que se tenga en cuenta a toda la comunidad. Con sus acciones, invitan a imaginar que otra reconstrucción del territorio es posible y, sobre todo, que ya está en marcha. Desde la resistencia, la memoria y los cuidados.