Antonio Espinosa Rodríguez, entre la cultura popular y las luchas anarquistas

Enric Llopis
Rebelión


Se libró de la pena de muerte. “Me condenaron a 20 años por repartir propaganda clandestina, aunque las primeras hojas salieron cuando ya me hallaba en prisión; puede demostrarse con el libro de registros de la cárcel y las fechas de las octavillas”. El militante anarquista Antonio Espinosa Rodríguez (1908-1994) recordaba su juicio y condena por oponerse al golpe militar franquista, en una entrevista del historiador Roberto Hernández Bautista (blog “Etnografía de Fuerteventura”). Unos años después, el Código Penal de 1944 castigaba en el artículo 251 la propaganda ilegal para “subvertir violentamente”, “destruir o relajar el sentimiento nacional”, con penas de prisión menor (hasta seis años) y multas de 10.000 a 100.000 pesetas.



“Después me llevaron a Las Palmas, Cádiz, Madrid y Toledo”, afirma en la entrevista el confitero nacido en el municipio de La Oliva (Fuerteventura), que perteneció a la CNT y fue uno de los fundadores de las Juventudes Libertarias de Canarias. En total siete años de encierro, hasta 1943. Primero en Villa Cisneros (Sahara Occidental) -donde tuvo que realizar trabajos forzados durante tres meses- y en la Prisión Militar Costa Sur de Tenerife –un centro de tortura y exterminio-; y finalmente en Toledo, dentro de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados, una de las modalidades de trabajo esclavo y represión (más de 500.000 presos pasaron por los campos de concentración franquistas).

El blog del investigador Pedro Medina Sanabria incluye documentación sobre la tercera pieza separada de la Causa 246 de 1936, a la que se enfrentaron 18 procesados –entre ellos Antonio Espinosa- por presunto delito de rebelión. Cinco de ellos fueron fusilados; también de la denuncia contra tres “significados elementos de la CNT”, “conocidos por sus actuaciones societarias”; fueron detenidos por la policía -en octubre de 1934- en Santa Cruz de Tenerife y acusados de un delito de sedición. Uno de ellos era Antonio Espinosa Rodríguez.

El historiador Jesús Giráldez Macía ha publicado la biografía “Antoñito, el dulcero anarquista” (Ed. Zambra, Baladre y Libreando), en la que subraya el activismo del protagonista a partir de su llegada a Tenerife, en 1924 (el anarquismo era la tendencia mayoritaria en la Federación Obrera de Tenerife; en agosto de 1932 se constituyó la CNT en Santa Cruz). El “dulcero” fue detenido junto a otros compañeros e ingresó en la prisión de Paso Alto -acusado de sedición-, en el contexto de la huelga de inquilinos de Santa Cruz de Tenerife (abril-agosto de 1933). A la falta de respuesta institucional, la reivindicación de una rebaja del 40% en los alquileres y un crecimiento importante del sindicato de inquilinos, siguieron los impagos. También los desahucios y la resistencia. “Los huelguistas empiezan a asaltar las viviendas de los administradores de fincas, se les realizan desahucios populares y se sacan los muebles de sus domicilios, a veces procediendo a la quema; las calles son tomadas militarmente”, explica el investigador.

Antonio Espinosa fue uno de los nueve dirigentes obreros detenidos durante la huelga general de enero de 1933; “una semana de “violencia obrera y represión gubernamental, en la que la gran cantidad de detenidos desborda las cárceles; la patronal e instituciones acuden a la UGT y los esquiroles para poder desarrollar las labores del puerto, bajo una gran vigilancia militar”, según Jesús Giráldez. Asimismo, Antoñito “el dulcero” era Delegado Pro Presos y Desterrados cuando una parte de los militantes de la CNT deportados en una vieja embarcación de vapor, el “Buenos Aires”, recaló en Fuerteventura. A los anarcosindicalistas presos en el buque se les aplicó la Ley de Defensa de la República -que incluía las penas de confinamiento y destierro- tras el levantamiento obrero del Alto Llobregat (enero de 1932); así, el dos de septiembre de 1932, en un “mitin obrerista” al que asistieron 4.000 personas en la Plaza de La Paz de Santa Cruz de Tenerife, pudo escuchar entre otros oradores a uno de los condenados, Buenaventura Durruti.

Además del ensayo de 168 páginas sobre “Antoñito, el dulcero anarquista”, Jesús Giráldez Macía es autor de “Creyeron que éramos rebaño. La insurrección del Alto Llobregat y la deportación de anarquistas a Canarias y África continental durante la II República” (Ed. Quimantú, Zambra y Baladre), “El médico de los corderos. Una historia oral de Fuerteventura” (Ed. Zambra y Baladre) y, en 2007, “Entre el rubor de las auroras. Juan Perdigón. Un majorero anarquista en Brasil” (Ed. Idea). El historiador da cuenta del episodio en el que una comisión de la que forma parte Antonio Espinosa se reúne con el gobernador civil, con el fin de parar el golpe fascista en las Islas Canarias; “¡Ah! Ustedes lo que quieren es que triunfe el comunismo libertario!”, espetó el político republicano, según el testimonio del militante de la CNT; “y no nos hizo caso (…) ¡qué íbamos a hacer nosotros sin armas!”, lamentó el sindicalista. También recoge sus palabras acerca de la evolución del Primero de Mayo, en las que Antonio Espinosa toma como referencia el de octubre de 1934, durante el “bienio negro” derechista de la II República: “No es como hoy que es la fiesta del Primero de Mayo. Era una huelga a la fuerza” (periódico El Surrón, 1992). El Primero de Mayo de 1936 Antonio Espinosa fue uno de los oradores en el gran acto que organizó la CNT en la plaza de toros, y al que asistieron 8.000 personas.

Tras los años de encierro, el confitero anarquista volvió a Fuerteventura. ¿De qué modo podía continuar siendo rebelde durante la dictadura? Durante muchos años tuvo que presentarse, por su condición de represaliado, ante la guardia civil. El libro de Giráldez aporta el testimonio de algunos familiares: “Él hablaba de política en círculos determinados, con gente concreta”. “Tenía en la casa un aparato de radio e iba a oír la (radio) Pirenaica y la BBC”, recuerda un vecino, y cuando se acercaba la guardia civil cambiaba de emisora. Un pariente lo caracteriza como ateo, anarquista, antifranquista y antimonárquico, gran seguidor de Proudhon, Bakunin y Kropotkin. “Su desinterés por lo material le afectaba incluso a las condiciones en las que vivía y trabajaba”, subraya Jesús Giráldez Macía. Antonio Espinosa también fue aficionado a las novelas del oeste. Y más aún a las tradiciones populares majoreras (de Fuerteventura), de las que fue un firme defensor, tanto en el toque de las cáscaras de lapa, como en el canto y el baile o la lucha canaria. “Durante más de 20 años fue el único dulcero de Fuerteventura, a los que hay que sumar 30 años más ejerciendo el oficio”, resalta el autor de la biografía. Siempre con la receta tradicional y, en lo posible, con productos naturales.

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