Que se apague la luz

Don Quijote y molinos eólicosIsa Álvarez Vispo.- Retardista es el nuevo adjetivo-insulto de moda entre los señores de izquierdas, que se dicen ecologistas y que pretenden construir la transición energética a golpe de placa fotovoltaica y molino eólico. China humedece los sueños de todas estas personas cuando muestra sus “campos solares” y da datos de cómo electrifica su energía. Es como si la mezcla de China, tecnología y verde fuera la nueva viagra para algunos señores de izquierdas que quieren arreglar el planeta desde sus acomodadas torres construidas en medio del asfalto. El objetivo está claro, bajar las emisiones que llevan al calentamiento global, para ello la fórmula es cambiar las fuentes de energía a otras más renovables y hasta ahí estamos de acuerdo.

Se habla bastante poco de bajar consumos porque eso requiere meterse en arenas que conllevan revisar nuestro modelo industrial y el empleo, lo que abriría el melón del empleo como elemento central del metabolismo, o hablar de las energías gratuitas que sostienen la rueda, como las que resuelven el cuidado. Esa energía también hay que revisarla, pero conllevaría repensar en el sistema completo desde miradas amplias, revisar privilegios y no solo poner parches y por ahí parece que no pasa la cosa. Y no pasa, porque en todos estos discursos se obvian demasiadas cosas. Entre otras, que lo que se pretende cubrir de placas solares es tierra, en muchos casos, demasiados, tierra de cultivo o pastos para el ganado. Tierra que hoy en día ya produce energía indispensable para nuestra supervivencia y que, incluso aunque no esté cultivada, puede estar enfriando el planeta de forma más eficaz que si se cubre con capas de placa fotovoltaica. En los discursos se obvian que los tejados están vacíos de placas mientras se da vía libre para que las eléctricas ocupen tierra.

Quienes hablan de eso ni se plantean un diálogo con los pueblos, ni con quienes trabajan la tierra porque no creen que estén a la altura de sus grandes artículos y discursos. Es poco o nulo su vínculo con la tierra y los pueblos, y solo los ven como un recurso más para alimentar el productivismo o decorar sus vacaciones. Ni siquiera ven que cambiar trigo por placas solares es un disparate, porque parecen no ser conscientes de que el pan no nace en las panaderías. Suena simple sí, pero es lo que está sucediendo. Nadie habla de cómo alimentarnos, nadie habla de proteger la tierra y a quienes lo hacemos y decimos ASÍ NO, ahora se nos llama retardistas. Sinceramente creo que cuando lo hacen algunos en su cabeza piensan “retardadas”. Quienes defienden (con razón) que no se asfalten plazas o se talen árboles en Madrid porque hace calor, no tienen ningún reparo en defender que se cubran campos de trigo con placas solares. Y para justificarlo ahora se saca también otro término, la agrovoltaica, porque usted le pone agro o bio a algo y ya está arreglado. Y te venden que las placas dan sombra para el ganado y que se puede cultivar. A ver amigos, la ganadería extensiva debería contar con zonas de sombra y se llaman árboles y la tierra de cultivo no se va a ver beneficiada por la ocupación de placas. La tierra que no está siendo cultivada probablemente pueda tener otros aprovechamientos para los pueblos o simplemente existir y emitir oxígeno a la atmósfera (casi nada), y no ser vista como un recurso a nuestro servicio. La agricultura es una actividad que nace para producir energía y cuanto más la artificialicemos y más tecnología incluyamos menos eficiente será, si la cosa es ser eficientes no parece lo mejor incorporar más insumos a la actividad. Sobre todo, porque No es necesario. Se puede producir alimento de manera eficiente basándose en técnicas eficaces, respetuosas con el medio ambiente y que mantienen la vida en los pueblos, así que no nos vendan falsas soluciones que solamente sirven para solucionar las cuentas de las eléctricas.

Por otro lado, se están obviando las prácticas de las empresas. El modo de operar está siendo amenazar a las personas agricultoras, presionar y acosar con cartas en los buzones para que alquilen sus terrenos bajo amenazas de expropiación cuando los proyectos ni siquiera se han validado. Se está ofreciendo cinco veces el precio de alquiler de las tierras para que no haya competencia. Por suerte estamos descubriendo que hay personas que quieren la tierra más que al capital. Todo esto también va en el pack de esa transición ecológica que nos pretenden vender. Y decir ASÍ NO, no es inmovilismo. Se dice no a la vez que se plantean cooperativas energéticas en los pueblos, se fomentan acciones para reducir consumos y se debate sobre cuáles son las formas de transición en las que las renovables, que claro que son necesarias, puedan coexistir con la agricultura. Y todo esto requiere tiempo, algo con lo que las empresas, las mismas que nos han llevado al desastre, no quieren lidiar. Tienen prisa, porque las cuentas no salen. Lo que es preocupante es la prisa que tienen quienes vienen de espacios colectivos y teóricamente de espacios de transformación social que, al menos en su teoría, incorporan palabras como cuidados o procesos. Para esto, nada de eso se aplica, empezando por el cuidado de la tierra y acabando con el cuidado a las personas que habitan y cuidan un territorio. Todas sabemos las urgencias, sobre todo porque quienes vivimos en contacto con la tierra vemos todos los días los efectos del caos climático en nuestro entorno. Pero de nuevo se nos quiere como tierra de sacrificio. Cuando se dice “el coste de no actuar es mayor que el de actuar”, ¿el coste para quién? ¿Cómo se reparten esos costes?, porque el argumento de las más vulnerables y el recibo de la luz patina bastante. Con todo esto encontramos pueblos enfadados, que son abono para que germinen derechas extremas que están recogiendo cosecha del enfado y de la falta de miras de algunos. El fascismo no siente más aprecio por el territorio, pero está sabiendo regar el enfado para tener mejores cosechas. Están mirando y mimando a quienes se sienten cuestionados en su forma de vida y de trabajo, están alimentando el enfado para recoger una crispación que les beneficie. No quieren ningún tipo de transición sino es hacia un pasado fascista, pero encuentran terreno abonado en el cansancio y el hartazgo de los pueblos. Y es importante saber que el enfado es compartido por toda la vecindad, en muchos casos independientemente del sentido del voto en las urnas, aunque inevitablemente ese será una de las vías para canalizarlo.

Por último decir que no niego buena voluntad en quienes defienden desde la urgencia un modelo que no comparto, pero desde luego sin ampliar la mirada, sin bajar la testosterona y despreciando los motivos de quienes decimos ASÍ No, se van a perder muchas posibles alianzas. Esto no va de quién tiene razón, esto va de cómo lo hacemos juntas, de cómo diseñar transiciones justas, que puedan sostenernos a todas y no regalar más abono a empresas y fascistas que solo quieren destrozarlo todo. Ahora que se habla de cómo evitar otro apagón, casi quiero que se apague la luz, no porque no la necesitemos, sino porque parece que solo en la oscuridad somos capaces de ser conscientes de nuestra ecodependencia e interdependencia. Parece que solo cuando estamos a oscuras, sin estar cegadas por luces de distinta intensidad, somos plenamente conscientes de lo vulnerables que somos y que toda solución pasa por agarrarnos de la mano. Así que no diré “que se haga la luz”, diré que mejor se apague un rato.

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