Miedo a perder

Contaminación en una gran ciudadhalabedi.eus. Isa Alvarez.- Las distopías empiezan a quedarse cortas. No sé si se acaba un mundo, otro empieza a aflorar o es el mismo al que simplemente le vemos otra cara. Lo que sí vemos son muchos monstruos y poco deseables. Y se extienden por esta Europa olas de miedo e incertidumbre. Pero ¿miedo a qué? ¿A qué tenemos miedo en esta Europa privilegiada?

Asistimos diariamente a los cortejos de quienes gobiernan distintas instituciones para que el centro de la economía mundial se mueva lo mínimo posible. Ese centro llamado mercado, (que no mercados como diría Vandana Shiva), que hoy se percibe más loco que nunca como si en algún momento hubiese estado cuerdo. Ese mercado que, entre otras cosas, ha conseguido que los derechos se vuelvan lujos y los privilegios se tornen exigencias por parte de algunos. Ese mercado, que ha hundido en la invisibilidad a lo pequeño iluminando por donde pasa lo macro como deseable, mientras oculta sus pilares de desigualdad. Ese mercado, que hasta ahora para esta Europa privilegiada era un tablero de juego en el que se percibía ganadora pero que ahora con este terremoto siente que se tambalea.

Bastan dos palabras, aranceles y energía para que todo tiemble. Y empieza el cortejo de unos y otros, la puja por ser “aliados”. Aliados en un mundo en el que las economías, ante las costuras débiles y evidentes del capitalismo apuestan por el todo o nada. Frente a una crisis climática más que evidente y un mercado del todo fallido, se apuesta por una vuelta más de tuerca, destruir para reconstruir, todo vale para la necro economía desde la necro política.

Lo importante, los balances monetarios de algunos y extender el miedo. Se rearman (literal y metafóricamente) para que salga la cuenta, pero la cuenta se sostiene con miedo y el miedo sostiene a su vez desigualdad. Ya hoy somos muchas las que vivimos con miedo a no tener techo y a no tener empleo, dos miedos que históricamente han funcionado como combinación perfecta para asumir como inevitable la precariedad. A ellos, se pretenden sumar hoy miedos que para Europa no han sido tan frecuentes, aunque abunden en otras latitudes: miedo a la guerra o miedo a una subida de precios que nos prive del acceso, algunas a privilegios y a otras a necesidades básicas. Estos miedos son muy visibles y repetidos como un mantra por redes varias.

Por otro lado, se obvian los miedos de las no tan privilegiadas, miedo a ser deportada, miedo a ser apaleada por un agente de la “ley”, miedo a no tener donde denunciar una agresión machista, miedo a ser agredida por orientación sexual o género. Estos miedos no están hoy en el centro y en medio del ruido la poca protección existente se va desintegrando.

La experiencia nos enseña que las crisis son maquinarias de desigualdad y que poco o nada cabe esperar de las administraciones que nos gobiernan mientras los centros no cambien. El mercado como centro nunca traerá justicia ni social ni climática ya que para algunos todo sirve si alimenta la maquinaria. Si sirven para algo las crisis es para evidenciar posiciones e incluso para ver algunos cortejos realmente peculiares. En Hego Euskal Herria se ven plumas de cortejo. Como “pueblo industrial” que les gusta llamar a algunos, el dichoso mercado puede hacer daño. Seguimos peleando por aumentar nuestros vertederos, ya que en esa economía industrial no tenemos materia prima, exportamos producto transformado y nos quedamos con los desechos, que como ya demostró Zaldibar performan nuevos paisajes y destruyen vida. Además, se busca producir energía para esa industria a costa de destruir la poca tierra agrícola que lo industrial no ha invadido todavía, como si la energía que necesitamos para alimentarnos no fuese esencial. Se abrazan proyectos que arrasan territorio, pero les ponemos txapela para que luzcan folklóricos, porque algunos solo entienden el territorio desde el esperpento.

Desde el centro mercantil, no se considera a las localizadas en la periferia si no es como recurso considerado cada vez menos humano. No se mira a quienes históricamente saben lo que es vivir con menos pero dignamente, a quienes saben lo que es la eficiencia energética mejor que nadie, a quienes sí pueden alimentarnos en tiempo de crisis y cuidan y defienden paisajes sanos y habitables para todo un ecosistema. No se visibiliza a quienes han sostenido la economía y la vida desde siempre, gratis en el caso de muchas, casi gratis en el caso de otras. A quienes las atraviesa el miedo, pero construyen vida a pesar de él. No se mira porque no representan privilegio ni defenderán ciertas propuestas. No se miran porque no se encontrarán ahí cómplices para la barbarie.

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