«La caja de resistencia es imprescindible»

“El único trabajo verdaderamente imprescindible y sin el cual el capitalismo no sobreviviría, pero tampoco la especie humana, es el de cuidar. Es una labor impuesta a las mujeres, a quienes se nos ha obligado a cuidar por amor, por culpa, por costumbre, por mendicidad, para no ser señaladas o para que no nos maten”. Son palabras de Irantzu Varela en su prólogo al libro Berdea da more berria (Argia), ahora traducido al castellano como No eran trabajadoras, solo mujeres (Manu Robles-Arangiz Institutua) y al catalán como El verd és el nou lila  (Tigre de Paper). En él, la periodista Onintza Irureta Azkune repasa, con testimonios de las trabajadoras, la huelga de 378 días en las residencias de mayores de Bizkaia. La más larga de la historia de la combativa provincia.

Fue una huelga, de marzo de 2016 a octubre de 2017,en el marco de la firma del quinto convenio colectivo del sector. Y la ganaron. Junto al sindicato Eusko Langileen Alkartasuna (ELA), las trabajadoras consiguieron lo exigido: salario mínimo de 1.200 euros, cobertura de bajas del 100%, actualización de los pluses de fin de semana y reducción progresiva de horas hasta 2020. El camino, como ellas suelen referirse a ese periodo de más de un año -repetimos: 378 días en huelga-, ha sido duro. El apoyo de los familiares de los residentes tuvo que ser ganado, el respeto de viejos sindicalistas (comentarios de desprecio en la calle que no olvidan) no siempre se consiguió y tuvieron que desacreditar las acusaciones condescendientes de ser marionetas de ELA.

Todo, mientras, trabajadoras como Marina Costa Bonome y Kontxi Rodríguez Palacios se enfrentaban a una mesa de negociación con la patronal que a la dignidad de estas contraponía un machismo prepotente. “La misoginia de la mesa era impresionante. Uno se agarró los cojones y dijo ‘de aquí lo vais a sacar’, refiriéndose a las mejoras. Nos decían que para qué queríamos las horas, que si era para llevar a los niños a la ikastola”, recuerda Costa Bonome, que ha recibido durante años presiones por parte de la empresa para dejar el comité, o el “mierdal”, como la trabajadora afirma que sus superiores se refieren a ELA. Para Rodríguez Palacios, “las faltas de respeto fueron muchas, como decirnos que nuestro sueldo es simplemente un complemento al de nuestros maridos o las caras de desprecio cuando les teníamos enfrente”. Uno de sus lemas ha sido ‘stop a la precariedad’. “Ellos nos decían que eso es falso, que nuestro sector no está precarizado. Tuvieron también que aguantar que en una reunión les propusieran una subida de tres euros al mes. Se levantaron de la mesa de negociación y se fueron. Cuando bajaron los jefes, ellas les tiraron unas monedas al suelo. El mensaje de firmeza volvía a estar claro.

Marina Costa Bonome / ELA

Rodríguez Palacios habla de entornos de poder muy masculinizados en un sector en el que la mayoría de trabajadoras son mujeres. Lo ilustra con la dificultad que tenían las altas instancias a la hora incluso de entender el concepto de precariedad. También es muy crítica con las directoras de residencias, a quienes acusa de tener una mentalidad masculina. “Los gestores suelen ser hombres pero las piezas que ponen en esos centros son femeninas. Esas figuras femeninas, en lugar de ponerse en el lugar de nosotras, de las mujeres que somos la mayoría de empleadas, les hace el trabajo a esos hombres que están arriba. Nos ponen obstáculos a la conciliación. Han llegado a decir, alguna de ellas, que no es necesario tener tantos hijos si no se puede conciliar la vida laboral con la familiar. Y eso te lo dicen así”, señala.

Las dos coinciden en que su lucha sindical ha sido fundamentalmente feminista, o viceversa “Si hay alguna lucha feminista por excelencia es esta: mujeres, cuidado y precariedad”, apunta Costa Bonome. “Los cuidados son indispensables para el mantenimiento de la salud y de la vida, es lo que antes se hacía entre cuatro paredes y por amor, pero que cuando se profesionaliza pretenden que sea casi igual. Si este trabajo lo hicieran mayoritariamente hombres, cobrarían el triple y se les consideraría héroes”. “Sí que ha habido compañeras que con nuestra huelga han podido entender mejor cuál es la cuestión. Han vencido muchos miedos, hablo de mujeres que antes funcionaban como nuestras madres o abuelas. No hay que ser la mujer-de, ni la madre-de, somos mujeres y tenemos que tener nuestro espacio y nuestros momentos. Hemos compartido mucho tiempo juntas y ahí se ven cosas como compañeras que vienen y dicen ‘no, no he dejado comida preparada, que se la prepare el marido, o el hijo o la hija’. Creo que las charlas que hemos tenido entre nosotras han sacado afuera un montón de energía. Esa pérdida de miedo da mucha fuerza a nivel sindical. Antes cuando una directora te llamaba al despacho la gente estaba aterrada. Hoy las compañeras ya no van con miedo porque saben que no están solas. Además los dos últimos 8 de Marzo han sido brutales, se está produciendo una transformación mundial”, afirma Rodríguez Palacios.Kontxi Rodríguez Palacios / ELA

En lo material ha jugado un papel muy importante la caja de resistencia, una cantidad porcentual -el 25%- de cada cuota de personas afiliadas a ELA destinada al soporte económico de cada trabajador o trabajadora en huelga. “La caja de resistencia es imprescindible. ¿Quién aguanta si no 378 días, muchas familias monoparentales o con maridos en el paro? Es indispensable, nos permite aguantar y seguir”, afirma Costa Bonome. Su compañera está de acuerdo: “Si no tenemos esa fuerza, estaremos sometidas”. La caja de resistencia que en ELA funciona desde el año 1978 no ha estado exenta de polémica recientemente: en febrero de 2018 la Hacienda vizcaína considera ahora los cobros de la caja recibidos por las trabajadoras como rentas del trabajo sujetas a retención fiscal. El cambio de criterio fue criticado por representantes de EH Bildu y Podemos en las Juntas Generales de Vizcaya, relacionándolo con el papel jugado por la caja en el conflicto de las residencias.

Es más de un año de una intensidad muy alta. Rodríguez Palacios recuerda que eran ellas, y no el sindicato, quienes dirigían la protesta. “Las decisiones de estos 378 días salían de las asambleas de trabajadoras. Los responsables del sindicato nos han tenido que parar. Imagínate la fuerza que llegamos a tener nosotras”. “No desconectas en ningún momento”, afirma Costa Bonome. “En todo ese periodo renuncias absolutamente a todo. Te centras en el camino. Estábamos mañana, tarde y noche juntas y hemos creado lazos. Cuando una caía, cuando había lágrimas, nos animábamos”. Para ella escribir poesía ha sido una válvula de escape: “Yo vivo las cosas con mucha intensidad, y tengo que tener un autocontrol. Lo que hago cuando estoy muy tensa, y cuando quiero comunicar algo sin agredir, es intentar llegar a la gente a través de los poemas que escribo”. Su posicionamiento público le ha costado que sus propios hijos no quieran ser relacionados con ella en redes porque puedan ser perjudicados en sus trabajos. “Me conoce toda la patronal”, sostiene. “Sé que si me quedo en paro, lo tengo súper difícil para volver a trabajar”.

 Aun así, tiene claro que “todo el mundo debería vivir una huelga. Lo más importante ha sido el camino. La gente que no ha pasado por una huelga debería hacerlo, las vivencias son increíbles. Si no existiesen las huelgas, habría que inventarlas”, dice con una sonrisa. A ella y a Kontxi, a casi todas, esta huelga les ha cambiado la vida. “Indudablemente, a muchísimo mejor. Hemos conseguido las reivindicaciones. Eso ya cambia la vida. A nivel personal, tengo mono de salir a la calle con el megáfono a pelear”, asegura. Marina reconoce que ahora mira más “a través de las gafas moradas”. También que ya no se siente sola como antes otras veces: “Sé que en el momento en que tenga un pequeño problema, voy a tener ahí a mis compañeras de nuestra marea verde”.

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