El cumpleaños de Fernanda

fotoFernanda cumplió ayer los 48 años. Aunque su piel está gastada por el tiempo y endurecida, no aparenta ni esa edad, ni toda esa vida que se le escapa por la mirada. Lo que más lamentaba era no poder estar cerca de sus hijas pequeñas, una de 11 y otra de 13. Los dos mayores ya están casados y con sus vidas encaminadas pero las niñas... Nunca llegó a imaginar que los 3 años por los que entró en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín,  a cumplir por una estafa, se multiplicarían por tres. Siempre había oído eso de que la cárcel era una buena escuela del delito pero jamás imaginó que realmente era así. Al año y medio de encierro era drogodependiente de todo lo que caía en sus manos y podía comprar.

- Porque si no lo sabes –me decía- aquí puedes encontrar más droga que en la calle: pasta, marihuana, farlopa, coca, pastillas, todo lo que quieras, si pó.

Cuando le quedaban quince días para salir, le “pillaron” con unos gramos y le aplicaron dos agravantes: uno de reincidencia y otro por traficar en institución pública. Su condena de 3 se trasformó en 9. Al principio de esta jugada aritmética del destino, ni siquiera fue muy consciente y poco a poco iba acumulando el  rencor que guardaba solo para sí. Hasta que llegaba un día, cuando ya no podía más, esparcía ese rencor como en un ventilador la mierda en medio del diminuto patio del módulo 7, el de las “conflictivas”. Nadie salía indemne. De esa época son las marcas visibles de sus dientes ajados y las incontables cicatrices por su cuerpo. Las otras marcas, las invisibles, a veces te las dejaba ver, otras, tenías que intuirlas o inventártelas. La mayoría, puedes imaginártelas, trágicas.

Ahora, cuenta con mucho amor propio como se “está limpia” y “nunca en la vida me vuelvo a drogar”, “ya bastante daño le he hecho a mi familia”. Pero tampoco titubea, si sus hijas vuelven a pasar hambre, “no dudaría en volver a estafar, para darles de comer. Total, unos dólares de menos a los gringuitos que estafaba no les cambia la vida y mi si”. Eso le resolvía el pan de su familia, aunque bien es cierto que también ese pan para hoy era parte del hambre del mañana.

- “Porque el problema en este país es de reparto, si pó. El problema no es la pobreza, ni somos los pobres, sino la riqueza, que hay unos pocos que tienen harto, tú no sabes, ni te imaginas de los ricos que son y como se lo han tomado todo, así, ¿cachái?. Ellos si nos han robado el agua, la salud, la educación y luego quieren vendérnosla, ¿cachái?. Y luego estamos unos muchos que andamos, así, sin nadita. Si pó. Y luego quieren que nos reinsertemos, si lo que tenemos que hacer es insertarnos, no reinsertarnos, que nunca hemos estado insertados ni hemos tenido oportunidades de ná”. ¿Cachái?.

Y todo esto te lo dice sonriendo y mirándote con esos ojos grandes de color orgullo, con unas pintas verdes de dignidad, de esa que todavía no ha perdido y que le mantiene la esperanza.

- “Ven a verme otro día, que me caíste bien y eso es raro y así te cuento más cosas”.
Y así nos despedimos, ella marchando a su módulo y yo saliendo de unos muros, los la cárcel y entrando a la otra prisión, la de la aparente libertad.

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