A ambos lados de los muros

Portada libro¿Qué relación hay entre Saadia Matar, presa palestina fallecida en una cárcel israelí y la Machi Francisca Nicolao, expresa política mapuche? No solo comparten el encierro, son parte del tapiz de historias globales e interseccionales de cárcel y resistencia recogidas en el libro ‘Feminismo anticarcelario. El cuerpo como resistencia’ que la jurista Alicia Alonso Merino acaba de publicar.

pikaramagazine.com. Texto: Estibaliz de Miguel Calvo.- Feminismo anticarcelario. El cuerpo como resistencia es una recopilación de artículos escritos por la jurista Alicia Alonso Merino, que acercan a todos los públicos los entresijos de la situación de las mujeres encarceladas en el contexto de las políticas criminalizadoras de conductas y colectivos concretos, donde el castigo a las mujeres tiene una impronta patriarcal. El cuerpo está en el centro de la experiencia carcelaria, ya sea cuando las mujeres padecen tortura y violencia obstétrica, cuando protestan a negándose a ingerir comida o cuando gritan a través de las autolesiones, cuando portan droga, incluso, en ese gesto que es la máxima anulación de una misma; cuando se suicidan. También en el deseo, el amor y la sexualidad, tal y como se refleja en el documental Cárceles Bolleras. Resistencias de las mujeres entre rejas. Somos cuerpo.

Y somos mente. Esa psique que trata una y otra vez de mantener la integridad en espacios de encierro, que se resiste a la etiqueta de “loca” en este mundo donde la racionalidad es masculina, como dice Marcela Lagarde. Una psique que explota en mil pedazos ante el dolor de la separación de los suyos, ante la soledad y las numerosas “mortificaciones del yo”.

Por si queda duda, la “trena” no son vacaciones pagadas, ni hotelito, ni siquiera confinamiento, por mucho que nos parezca habernos asomado al abismo del encierro.

La ocasión (no la pena) bien merece que nos detengamos brevemente en esta noción, para entender cómo opera la privación de libertad en contextos institucionales. Por si queda duda, la “trena” no son vacaciones pagadas, ni hotelito, ni siquiera confinamiento, por mucho que nos parezca habernos asomado al abismo del encierro. Pues bien, Erving Goffman, sociólogo estadounidense, investigó en su trabajo Internados la dinámica institucional en que se veían insertos enfermos mentales (en masculino, sí) internados en un hospital psiquiátrico a mediados del siglo pasado. Una de sus grandes aportaciones fue la generación de un vínculo entre diferentes formas de encierro (prisiones, hospitales, cuarteles, conventos…) bajo el paraguas de la idea de “institución total”. Llamó así a aquellos lugares que abarcan todas las dimensiones de la vida humana, la cotidianidad, el trabajo y las relaciones sociales, reguladas bajo una autoridad administrativa. En este contexto, se producen las mortificaciones del yo: “El desbaratamiento de los actos que en la sociedad civil (en la calle, diríamos ahora) tienen como función demostrar al actor (en masculino, dijo él, o así se le tradujo) que tiene cierto dominio sobre su mundo, que es una persona dotada de autonomía, libertad de acción y autodeterminación”. Estas prácticas de la autoridad en las instituciones totales buscan, según él, la renuncia a de la voluntad del sujeto y el abandono del concepto de ser alguien digno de consideración. Por tanto, la cárcel como institución total orientada al castigo (la reinserción social, si eso, ya tal) no solo despoja de la libertad física sino de todos los rastros de voluntad que posibilitan al ser humano ser eso, humano. Al menos en primera instancia.

Para las mujeres son mortificaciones del yo-mujer, marcas sociales con la etiqueta de “mujer”, monstruosa, doblemente desviada, y pecadora, como señala nuestra querida y recientemente despedida Dolores Juliano: “La idea de delito ha estado pensada para aplicarla a los hombres, vistos como autónomos y por consiguiente responsables de sus actos, mientras que las faltas cometidas por las mujeres tienden a verse como inducidas por otros y testimonio de su debilidad. Esta debilidad ha sido, además, frecuentemente relacionada con las nociones religiosas-moralistas del pecado. Esto no impide que sean sancionadas, con el agravante de que en su caso se considera que el delito implica una doble falta, contra las leyes humanas y contra la naturaleza”.

Somos. Ellas y nosotras, a ambos lados de los muros, porque como dice Marcela Lagarde: “Las presas concretan la prisión genérica de todas. El extremo del encierro cautivo es vivido por las presas, objetivamente reaprisionadas por las instituciones del poder. Sus delitos son atentados que tienen una impronta genérica específica; su prisión es ejemplar y pedagógica para las demás.”. Sus cautiverios y liberaciones están íntimamente unidas a las nuestras.

Alicia Alonso Merino no solo aporta en su libro datos, acaso fríos, sino también nombres e historias de aquellas con las que se ha encontrado cara a cara, o de aquellas de las que ha tenido noticia. Somos historias.

Y somos resistencia. Porque hasta los muros de las prisiones tienen resquicios, hasta los poderes aparentemente más omnipotentes, esos que nos resultan invencibles, cuentan con grietas que se originan a menudo en lo cotidiano, silente, imperceptible. A veces son solo unas manos que bordan unas letras en tela para decir “Privadas. Presentes”, es decir, aquí estamos, nos erguimos. Resistencia también son los proyectos, grupos y organizaciones de apoyo que constituyen “espacios liberados”.

Hasta los muros de las prisiones tienen resquicios.

Alicia Alonso Merino es compañera desde hace ya años, en la distancia porque hemos mantenido más contacto epistolar que presencial. Ese tipo de vínculo para el que (aún) no tenemos lenguaje, esa entrañable cercanía con quien una comparte luchas en un mar afectuoso común, que se sabe vinculado a un gran océano de mujeres y disidencias con las que se comparte, aunque sea potencialmente, una sim/empatía, un vínculo tanto personal como político. En esta relación de distancia física/cercanía afectiva he podido comprobar que es una mujer singular, en el mejor sentido de la palabra. Abogada que no cumple para nada el tipo de apegada a la letra de una ley que frecuentemente inclina la balanza hacia los más poderosos. Académica demasiado militante para ser canónica. Militante tan desplazada de su eje eurocéntrico como para apreciar los numerosos saberes de los Sures, geográficos y simbólicos. México, Colombia, Brasil, Italia y, sobre todo, Chile. Poca gente conozco que se haya recorrido tantos lugares para establecer lazos con grupos de mujeres dentro y fuera de los muros de las prisiones. La portada del libro muestra este vínculo de la autora con la tierra de Violeta Parra, una arpillera (pieza artística a base de lo que la RAE define como “tejido basto de estopa”, bonita metáfora) realizada por Vanesa Doren en el taller colectivo Retazas del centro penitenciario femenino de Santiago de Chile.

No solo la autora del libro, la editorial también es reseñable en esta obra. Una alianza entre Zambra iniciativas sociales (desde la lucha social y comunitaria) y Baladre-Coordinación de luchas contra el paro, el empobrecimiento y la exclusión social, iniciativas horizontales y desde abajo, donde emana el compromiso por la justicia social, donde la divulgación de conocimiento crítico es un pilar crucial.

Somos abolición. Porque como versa en los carteles que anualmente se cuelgan a las puertas de la cárcel de Zuera (Zaragoza): “La lucha contra las cárceles es la lucha por la libertad”. En esta línea, Ángela Davis afirma que la existencia de las prisiones es incompatible con una verdadera democracia. Y con un horizonte feminista, ya que la respuesta punitiva no hace más que engordar las cárceles de mujeres a través de las políticas antidroga, mientras que cierra en falso la pregunta acerca de cómo abordar las violencias contra las mujeres. Volviendo a Ángela Davis, esta vez en La libertad es una batalla constante: “¿Por qué es mala esa persona? La cárcel excluye esa discusión al respecto ¿Cuál es la naturaleza de la maldad? ¿Por qué ejercen los hombres un comportamiento tan violento contra las mujeres? La sola existencia de la cárcel excluye este tipo de debates, que son tan necesarios para poder imaginar la posibilidad de erradicar esta clase de comportamientos”.

Pikara Magazine publicó en su momento un monográfico sobre Cárceles, muy recomendable, que bien puede dialogar con Feminismo anticarcelario de Alicia Alonso, que también pretende difundir la situación de las mujeres encarceladas para seguir reflexionando sobre la necesidad de un mundo sin cárceles. Para que todas seamos libres.

Bibliografía

  • Davis, Ángela (2017). La libertad es una batalla constante. Capitan Swing.
  • Davis, Ángela (2016). Democracia de la abolición. Prisiones, racismo y violencia. Trotta.
  • Goffman, Erwing (2001). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Amorrortu.
  • Juliano, Dolores (2009). Delito y pecado. La transgresión en femenino. In Política y Sociedad (Vol. 46, Issue 1, pp. 79–95). https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0909130079A
  • Lagarde, Marcela (2005). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. UNAM.
  • Montagut, Cecilia. Cárceles Bolleras. Documental, 2018. https://www.filmin.es/pelicula/carceles-bolleras

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