La miseria del Trabajo Garantizado y su falsa superioridad moral y macroeconómica respecto a la RBU [Kaos en la red]

HuelgaPor Agustin Franco.- El discurso macroeconómico sobre el TG es en realidad más teológico que científico, puesto que se basa en la fe de un Estado que actúa como un poder divino creando empleo de la nada. En realidad lo único que puede garantizar el Estado burgués son las condiciones para la explotación del trabajo.

Los mundos de Yupi del Estado burgués postkeynesiano.

El fetichismo del TG no es más que una versión vulgar y super-alienada del fetichismo del dinero, el cual consiste en considerar que el Estado puede crear y garantizar el empleo de la nada, cuando en realidad la fuente de esa garantía es la sobre-explotación del trabajo realmente existente (tanto remunerado como no).

El aparente y obsesivo discurso técnico y macroeconómico sobre el TG es en realidad más teológico que científico, puesto que se basa en la fe de un Estado que actúa como un poder divino creando empleo de la nada. En realidad lo único que puede garantizar el Estado burgués son las condiciones para la explotación del trabajo. Y en esto, poco progresismo pueden aportar quienes abrazan la teología del mercado o la ciencia ficción macroeconómica postkeynesiana.

El primer día de la Economía como ciencia mainstream se levantó Adam Smith y creó la retórica de la riqueza. El segundo día dijo: hágase la división del trabajo. El tercero predicó la libertad de mercado y vio que era algo muy bueno. El cuarto día Marx estableció la teoría laboral del valor y denunció que la explotación era la base del capitalismo. El quinto, Keynes explicó el multiplicador del gasto para reactivar la economía y observó que era bueno para mantener el sistema. El sexto día los neoliberales barrieron del mapa el pensamiento crítico y vieron que todo quedaba más claro y diáfano para ajustar las cuentas al ejército de reserva. Y el séptimo día los postkeynesianos del TG y la TMM dejaron descansar al capital, perpetuando la pobreza y pontificando sobre el dinero y la vagancia de quienes apelaban lafarguianamente por una pereza garantizada, por una RBU, por una democracia radical y por una unidad de clase sin dirigentes mesiánicos.

Hay más economía en un buen razonamiento moral (como el que sostiene el derecho a la RBU) que en muchos discursos macroeconómicos sobre el TG, más parecidos a los relatos sobre la creencia en un ‘dios garantizado’ (que tanto agradecerían los creyentes), negando de facto la existencia de los ateos del libre mercado o del mercado regulado, tanto da. Una nueva caza de brujas y herejes con sotana académica y discurso pseudocientífico.

La RBU como instrumento de redistribución y de lucha anticapitalista se fundamenta a la perfección en la teoría del valor de Marx. 1) Si el valor de las cosas se mide por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas. 2) Si su distribución en la economía capitalista se reparte en forma de salario y plusvalor. 3) Eliminando la relación salarial, lo que nos queda es la reapropiación por el trabajador colectivo del tiempo de trabajo necesario para su propia reproducción, esto es, la RBU en su forma monetaria y en especie. Siendo, por tanto, innecesario el plusvalor y, en consecuencia, la organización capitalista del sistema productivo. 4) Quedando al final un sistema de trabajo organizado, superador del trabajo asalariado, en el que la actividad laboral sirve para cubrir justamente las necesidades de la población y no para enriquecer a una clase parásita.

¿Puede jugar algún papel la medida del TG en este horizonte de construcción social anticapitalista? Puede, sí, reestructurándola y convirtiéndose en una herramienta de lucha al servicio de la clase trabajadora. ¿En qué sentido? Otorgando a la clase trabajadora el control sobre la generación del empleo, para irlo paulatinamente aboliendo, desposeyendo gradualmente a la clase capitalista de su poder coactivo sobre las condiciones materiales de la clase trabajadora. Transformando poco a poco y de modo irreversible la esencia del Estado burgués hacia otra naturaleza más propicia a los intereses de la clase trabajadora. Esto es, como medida para resolver civilizadamente el conflicto de clases, no para perpetuarlo y sostenerlo en límites aceptables (la propia dinámica capitalista impediría a la larga este extremo, esta solución de compromiso, sólo viable temporalmente).

El fetichismo postkeynesiano del TG lo único que garantiza es la explotación y la explotación creciente. Obviando el papel disciplinario del ejército de reserva en el funcionamiento del capitalismo. Además de olvidar el papel de parte (juez y parte) del Estado burgués, muy alejado de esa pátina de neutralidad y rigor técnico-macroeconómico que quieren imprimirle los teólogos del TG y la TMM. Ignorando además las leyes de la dinámica capitalista que postulan una creciente destrucción de la fuerza productiva, no por maldad, sino por pura inercia en su búsqueda constante del máximo beneficio.

Los teólogos del TG se afanan en discusiones macroeconómicas estériles, para ocultar su falta de teoría del valor (y lo que es peor, adhiriéndose sin rubor a la teoría neoclásica, que es la más funcional a sus intereses ideológicos de sostenimiento del statu quo) sin haber planteado antes la dimensión moral de su propuesta, a todas luces inaceptable: garantizar la explotación de la clase trabajadora en una suerte de contrato libremente aceptado entre amos y esclavos, enfrentando para más inri en una guerra competitiva sin cuartel a empleados y desempleados, a asalariados y subsidiados.

De qué sirven los más sesudos análisis macroeconómicos si previamente no se discute la aceptabilidad moral de una determinada situación, propuesta o medida. De qué sirve debatir sobre la idoneidad y rigor científico de las prácticas médicas llevadas a cabo en un campo de exterminio sin haber cuestionado antes la deseabilidad y legitimidad del campo de exterminio mismo. Hay que tener mucha fe o, más bien, mucha mala fe.

Las acusaciones e insinuaciones morales contra la RBU.

Hay poca honestidad intelectual en quienes ignoran deliberadamente que no todo el monte es orégano. No todas las concepciones y aplicaciones de la RBU son iguales. Desde Van Parijs hemos avanzado algo. Mucho de lo que se denomina como tal no son más que nuevas vueltas de tuerca a las viejas ayudas de emergencia social, que siguen estigmatizando la pobreza. Nadie es pobre por gusto ni reclama que le den lo que no se ha ganado (cosa que, por cierto, no ruboriza en absoluto a la clase capitalista al expropiar los medios y los frutos del trabajo ajenos). Siendo, por tanto, conveniente al menos distinguir entre modelos débiles y fuertes de RB, por un lado; y entre corrientes liberales y no liberales, por otro.

La corriente fuerte anticapitalista la ha desarrollado bien José Iglesias y los movimientos sociales por la ILP por la Renta Básica, articulándola entorno a la propuesta denominada como RBis o Renta Básica de Las Iguales. Nada que ver, en consecuencia, con ninguna supuesta concepción neoclásica del desempleo o de cualquier otra cuestión económica redistributiva. Desde esta óptica heterodoxa, el paro se entiende como un instrumento político de explotación y no como un simple problema de rigideces salariales o de insuficiencia macroeconómica (ambas explicaciones insuficientes y superficiales).

Es poco honesto, igualmente, enzarzar en una pelea competitiva a los trabajadores por el poco empleo disponible en el mercado de trabajo, enfrentando a quienes tienen empleo y a quienes no lo tienen, como si estos últimos estuvieran en paro por gusto. Harían bien los sicofantes del TG en leer algo de lo analizado, debatido y reivindicado por la economía feminista.

Si lo hicieran se darían cuenta de algo que pocas veces se reconoce, que el enfoque postkeynesiano comparte el paradigma neoclásico del flujo circular de la renta, el cual adolece de grandes inconvenientes que la crítica heterodoxa pone de manifiesto, entre ellos:

  1. No distingue la existencia de clases sociales ni la feminización del trabajo reproductivo. 2) No distingue entre demanda y consumo privado. 3) No distingue entre “demanda con capacidad adquisitiva” y “demanda de la sociedad” (necesidades sociales reales): Igualando capitalismo a democracia. 4) No distingue entre “riqueza” (abundancia de bienes útiles para las personas) y “valor” (facilidad o dificultad para la producción de dichos bienes).

Siguiendo a Diego Guerrero, es preciso reconocer que en el capitalismo el derecho al trabajo es un falso derecho, o dicho en términos más jurídicos, un derecho condicionado, lo que tiene las siguientes implicaciones de gran calado: 1-Sólo se puede ejercer el derecho al trabajo cuando concurre la condición de una rentabilidad suficiente a juicio del agente que toma las decisiones sobre inversión y nivel de empleo: la empresa privada. 2-El Estado sólo puede actuar dentro de los límites estructurales que impone el funcionamiento del mercado. 3-La naturaleza de clase del Estado no puede cambiar mientras no se modifiquen las propias relaciones de clase. 4-Mientras que dejarse explotar por la clase capitalista sea condición necesaria para poder ganarse la vida (y ejercer así en la práctica el derecho al trabajo), no cabe esperar un orden social distinto. 5-Sea cual sea el gobierno que tenga las riendas del Estado, estará sometido a la dinámica de la acumulación capitalista. Por mucha ilusión que se quieran hacer gobernantes y ciudadanos acerca de las posibilidades de controlar el mercado por medio de una intervención estatal suficientemente fuerte y firme.

Y finalmente, pese a los requiebros retóricos sobre la macroeconomía del TG, lo que de fondo late en tal propuesta es su superioridad moral respecto a la RBU, compartiendo de facto la misma concepción individualista, moralista y neoliberal de la pobreza: el que es pobre es porque quiere y además exige que otros le den la sopa boba. Llegando finalmente a admitir que su propuesta es en realidad una RB, pero en especie. Toda su diatriba se resume en mantener y legitimar el control del dinero por la clase dirigente, sin meterla en ningún momento en sus planes de explotación garantizada.

Y luego, es bastante incongruente admitir que bajo la TMM cualquier programa redistributivo puede ser financiado por el Estado, sea cual sea su cuantía, y seguidamente demonizar la única iniciativa que de hecho lograría su objetivo de la forma más eficiente, la RBU.

Conclusión.

En definitiva, poco puede esperarse de posiciones funcionales al sostenimiento del sistema capitalista. Y mucho más cuando niegan que el sujeto revolucionario lo conforma la propia clase explotada. Pretender diluir el protagonismo histórico de la clase trabajadora a base de programas de garantía del empleo es como poco ridículo y anacrónico. Harían mejor en intentar garantizar la corresponsabilidad de los hombres en los trabajos de cuidados.

Y un último apunte, ¿de qué Estado con soberanía monetaria están hablando?, ¿en qué mundo paralelo los Estados no han cedido todavía el control de la política monetaria a un Banco Central independiente, nacional o supranacional? ¿Qué capacidad tiene un Estado europeo para articular de manera autónoma un programa de TG bajo el euro y la Troika?

El TG bebe profusamente, aunque lo niegue, del utopismo de las 7 tesis del ‘trabajo socialista’ de Fourier recogidas en El Falansterio, entre las que la más ilustrativa y corolario de las anteriores es la última que trata sobre la garantía del derecho al trabajo (si bien todas ellas son de mayor calado intelectual que los hipotéticos programas estatales anticíclicos del TG).

Tristemente, la única garantía del TG es el intrusismo garantizado en todos los foros de pensamiento heterodoxo, ¡lo nunca visto! A que bajo la excusa de la libertad de expresión no se invitan ni admiten a curanderos y homeópatas en los encuentros médicos de verdad.

http://kaosenlared.net/la-miseria-del-trabajo-garantizado-y-su-falsa-superioridad-moral-y-macroeconomica-respecto-a-la-rbu/

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